Hace algunos días, en estas páginas apareció un artículo de la autoría del ex presidente Dr. Rodrigo Borja, en el que relataba la sencillez del líder de la socialdemocracia sueca Olof Palme con el que había compartido en algún evento en Estocolmo. Esta breve lectura me trajo a la memoria un viaje a Oslo realizado a mediados del año pasado, en el que pude ser testigo de cómo el Primer Ministro del Reino de Noruega llegaba sin escoltas y caminando al Parlamento, a atender una especie de interpelación planteada por una líder de la oposición por un asunto que, según me transmitía mi anfitrión, se relacionaba a los temas de género. La sorpresa fue agradable al percibir que, en un Parlamento austero en que no había más de diez de sus miembros, el político más importante en ese momento escuchaba solemnemente a su interpelante. No habían barras, tampoco abucheos, si existían miembros de seguridad eran imperceptibles, el público total eran unos cinco estudiantes, más quién escribe esta nota y su acompañante. Realmente, para alguien proviene de este lado del mundo, aquella fue una revelación de otra dimensión.
Las mayorías de ciudadanos de los países desarrollados entienden a la política como servicio. Entregan el encargo de dirigir un país a un ciudadano más, que debe conducir su acción con los límites que le establece la ley. Pero, además, con elementos sustanciales que emanan del estado de desarrollo de esas sociedades: con respeto al contrario, a la opinión ajena, con sometimiento a las instituciones a las que no pueden truncarlas a su antojo o necesidades, con el pleno convencimiento de la necesidad de alternancia en el poder; y, por supuesto, bajo la mirada crítica de todo un electorado con un alto nivel educativo que les permite discernir sobre los asuntos del Estado con pleno conocimiento de causa.
Se dirá que aquello es posible porque en esos países todos los problemas, relativamente, están resueltos. O, tomando las palabras de un amigo de la juventud se diría que, los enfrentamientos por estas tierras son más intensos porque los intereses que se hallan en juego son más grandes. Probablemente esto último puede calzar mejor porque la lucha política, a diferencia de los países escandinavos, se la hace como medio y forma de vida de la que se benefician personalmente, sea a través de prácticas reñidas con la moral o s acumulando poder.
Solo la mejora del nivel educativo podrá generar mejores ciudadanos. Ellos a su vez tendrán capacidad de exigir a sus gobernantes, que surgirán de sus propias filas y serán reflejo de la sociedad que los ha moldado. Ese será un largo proceso. Lastimosamente un fanático segó la vida del líder sueco. Probablemente tomaba sus decisiones íntimamente convencido de que era lo mejor para su pueblo, no para él. Allí radica la diferencia entre los verdaderos estadistas y de los que simplemente transitan por el poder.