La frase pronunciada por Galo Plaza en 1968 en busca de la reelección -“El Oriente es un mito”- ha sido desmentida con vigor por buenos ciudadanos, pero sobre todo por los beneficiarios del crudo que de ahí brota. Hoy sabemos, por ejemplo, que como parte de las raterías que se investigan alrededor del crudo, el Departamento de Justicia de EE.UU. estableció que se pagaron USD 52 millones en coimas en Petroecuador entre 2010 y 2020. Es la punta del iceberg.
El petróleo -lo han llamado de tantas maneras, incluso el oro del diablo- ha terminado siendo un mito, porque al tiempo que ha permitido grandes latrocinios a través de su cadena, que termina en las costosas y repotenciadas refinerías y en su comercialización, ha creado una falsa idea de bienestar y progreso.
La economía dependiente del petróleo es altamente vulnerable si no se crean suficientes fondos de contingencia, como lo ha experimentado el país. La “siembra” del petróleo a partir de los “boom” siempre termina en endeudamiento y saqueo. El de los setenta fue calificado de festín pero para el de la década pasada no hay adjetivo que alcance: se vulneraron todos los principios de contratación y, además, se pusieron de moda los vuelos en jet, las empresas de papel y las criptomonedas.
Porque lo malo de este tipo de riqueza es que da lugar a gobiernos populistas y autoritarios, y no solo aquí. En medio del goteo y de las promesas, sin auditorías y con las arcas abiertas, terminamos reventando el gasto y sobre endeudados. Era angustiante escuchar al finalista perdedor cuando hablaba de reactivar el gasto público y de usar las reservas del Banco Central. Aunque la ley aprobada en la Asamblea el jueves da cierta estabilidad para mantener la dolarización, el presidente electo tendrá que seguir lidiando con la deuda y la economía, en medio de una grave pandemia.
Pero estábamos hablando de los mitos. Los párrafos anteriores desmienten ese de que, en general, somos honrados. No lo somos ni más ni menos que cualquier otra sociedad; aceptemos que deshonesto también es quien participa y quien no denuncia. Hace cuatro años un alto funcionario poseía un dato escalofriante que no veo en ningún proceso. Y hoy se oye de compras apresuradas en las que se ofrece pagar hasta el doble a los vendedores, que no aceptan pero tampoco denuncian. Y no se los puede culpar. La mafia es la mafia.
Porque hay otro mito que se ha derrumbado estruendosamente: Ecuador, isla de paz; Ecuador, víctima de las bandas narcoterroristas. El país está metido en estas actividades ilícitas hace decenas de años como para sostener cualquiera de esos enunciados, pero lo camuflábamos bien bajo una característica nuestra que, esa sí, no es un mito: el disimulo.
En honor al disimulo, podemos mitificar que ‘Quito es un edén’. Aunque la realidad es tan obvia desde hace años, que ya ni la piadosa Virgen del Panecillo sabe hacia dónde mirar.