La disciplina está de moda y refleja el sistema en construcción. Pero no es sólo el equipo Correa que lo promueve, la sociedad lo alienta buscando un orden seguro sin ver las consecuencias.
Se cree que una norma-ley voluntariosamente puede organizar la realidad, un “así tiene que ser” salido de la cabeza, un exceso de valor dado a la norma. Nuestras leyes son ante todo normativas y reglamentarias, el Código Penal por aprobarse tiene aún más de este exceso, es el ordenamiento de una cabeza disciplinaria y no viendo las tendencias del comportamiento social, colectivo o individual, que debería llevar a concebir leyes y políticas más bien condicionantes o coadyuvantes para orientar el actuar cuasi por opción personal, por sus bondades para el convivir, más que por la sanción.
En la pauta gubernamental, se confía en que por definir un “así tiene que ser”, tecnocrático de metas y gestión, ya va a cambiar la realidad. Este voluntarioso deseo de orden lleva a garantizarlo con aún más voluntariosas sanciones y multas; mayor punición a los que desobedecen a ese mejor de los ordenes. Por ejemplo, lo que era una falta que merecía sanción administrativa se vuelve penal, esa que lleva a la cárcel y a una vergüenza que ni los años logran esconder.
Con tanta ley y reglamento “civilizadores” aumenta el control ante una sociedad que tiende a otras pautas, requiere de un magno sistema de gran hermano para que vigile y ponga orden a los múltiples desviantes. El orden racional y voluntarioso termina así multiplicando las pautas de control, policiales y burocráticas. Pero como el infractor siempre puede escaparse del deber ser, se busca multiplicar los nexos entre los trámites para que nadie escape ni la astucia criolla funcione. La creciente pulsión de control desgasta la intención racional inicial de todo formalizar y ordenar. Ya hay quejas sobre el aumento de trámites y se busca evitarlos; con el nuevo código vendrán más.
En los hechos así, esos órdenes incrementan el desorden de normas y reglamentos, de cárceles y carceleros, que se multiplican porque el orden voluntarioso no funciona, pero la razón voluntariosa, esa misma que a cada vez enuncia que esta vez sí sabrá bien castigar para que aprendan, se esmera en multiplicar sus pautas al punto de contradecirse y favorece la corrupción justificada en contornar el exceso de sanciones. El pasado vuelve.
Correa a conveniencia condena a una burocracia que multiplica los trámites, como todos, él quisiera que todo sea más simple, pero que impere su orden. Al poco tiempo se queja que ese orden no funciona y que, ahora sí, la buena burocracia sancionará a quien ose no respetar tanto rigor y sanción, entonces multiplica los controles. Así, de la idea inicial de simplificar se llega a lo contrario, a una justificación del desorden legal, que anula a la persona y a la sociedad, los motores de un buen orden.