Poca duda me cave si sostengo que leer una obra escrita por un francés y que haya recibido el Premio Goncourt es un desafío de riesgos mayúsculos. Eric Vuillard (El orden del día. TusQuets, 2018), me ha sorprendido. Desde luego que ni cabe suponer que los entresijos que se dieron con anterioridad al estallido de la Segunda Guerra Mundial sean de conocimiento y más aún de meditación por parte de un lector latinoamericano de cierto nivel cultural, por inclinado a la historia que sea. Opiniones sobre el libro de Vuillard: “Escenas robadas al olvido que nos sobresaltan”, “Utiliza fragmentos recogidos en los márgenes y unidos con cuidado para dar al conjunto un sentido inédito”, “Una farsa trágica que resuena todavía hoy”.
20 de febrero de 1933, una reunión secreta convocada por Hitler, a la que asistieron 24 representantes de las mayores industrias del país. El orden del día: la participación de quienes sabían de desarrollo industrial en todos sus niveles, en la consolidación del partido nacional socialista y en la toma del poder por parte de Hitler y sus seguidores. La aceptación, unánime, ni faltaba más. La expansión de Alemania en todos los frentes significaba nuevos mercados, la ocasión propicia para un desarrollo industrial acelerado. En aquella reunión estuvieron presentes los directivos de las principales compañías alemanas. Cuando los campos de concentración, mano de obra que casi no costaba nada. A tiempo que el gran capital entraba en alianzas con vistas al futuro, triunfara o fuera derrotada la Alemania nazi.
La invasión de la industria alemana fue imparable y más si sus productos tenían el sello de una calidad insuperable. Una medicina para el dolor de cabeza, universal. Un auto, el sueño dorado de la clase media u otro de alta gama para los exitosos hombres de negocios o altos funcionarios inclusive de países desventurados. Y así.
Entre tanto, nosotros, tratando de salir del pantano del subdesarrollo. Exportadores de materias primas, sin mayor valor agregado. Excelentes para los diagnósticos pero incapaces de percatarnos que lo posible por hoy es mejor que lo perfecto. Nosotros, ponderando los conocimientos ancestrales, sin vigencia alguna desde cuando el conocimiento científico se impuso. Ileana Almeida, columnista de opinión de este Diario, oyó en una comunidad campesina: “Necesitamos de la técnica y el mejoramiento del suelo”. Con las escopetas que se fabrican en San Miguel de Chimbo no podemos batirle al Guacho, tenemos que armarnos, ni faltaba más, abultando la deuda pública, claro está. Yachay, un sueño delirante, perfecto. Lo posible, una ciudad del conocimiento que responda a nuestra realidad. Orden del día. Moción de orden: Independencia de la Justicia, nunca más impunidad para los ladrones.
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