En agosto 1972, Ecuador comenzó a recibir una cuantiosa renta petrolera. Para el país predominantemente agrícola de entonces, fue como si lloviera maná. Durante más de cuarenta años se sucedieron la bonanza y la escasez, dada la volatilidad del crudo. En los años magros, la expectativa que la renta volvería, como en efecto sucedía cada cierto tiempo, se interpuso en el camino de una estrategia que aproveche nuestras ventajas competitivas.
Entre 2010 y 2014 se dio el más prolongando periodo de bonanza. Precisamente por ello, estimuló el desarrollo de fuentes de energía sustitutas del petróleo: energía solar, eólica, pilas eléctricas para vehículos. Lo más efectivo resultó ser petróleo no tradicional.
Gran parte de los yacimientos de crudo de esquistos son rentables a partir de los USD 60 el barril, y es de esperar que avances tecnológicos reduzcan los costos. Hay tantos esquistos, que lo probable es que, salvo ocasiones en que haya conflictos graves en países grandes exportadores de crudo, USD 60 por barril será un tope para el crudo internacional. La semana pasada el WTI cerró en USD 45.
La última vez que el WTI estuvo bordeando los USD60 fue mayo-junio del año pasado; nosotros vendimos a US D55.
A los precios a los que vendemos hoy, alrededor de USD 40, el dinero no alcanza para mantener el nivel de producción de los campos, pagar a las contratistas, e importar el combustible que vendemos subsidiado. Si llegamos a vender a USD55, si quedará dinero para el Presupuesto pero no mucho. En el mejor de los casos, el petróleo será un rubro más de ingresos.
Todo lo anterior nos lleva a la conclusión que los años que vivimos de la renta petrolera ya no volverán. No somos más un país petrolero, tan sólo un país que tiene petróleo para su consumo y un excedente que puede exportar. La era petrolera falleció antes de cumplir 45 años este agosto.
Este fin de una era coincide con la terminación de un régimen que ha durado una década en buena salud política gracias a haberle tocado la tajada de león de la bonanza petrolera. En su décimo y último año, no tiene ni el deseo ni las fuerzas de ajustarse a las realidades y trazar un nuevo rumbo.
A lo sumo, lo que ha hecho es destrabar los proyectos de inversión cuya implementación se hubiera iniciado en 2007, bajo cualquier otro gobierno: los proyectos mineros Mirador y Fruta del Norte, el puerto de aguas profundas en Posorja; cada uno requiere inversión por sobre USD 1 mil millones.
El nuevo esquema de desarrollo deberá centrarse en capitales privados, tanto la inversión extranjera como la nacional, y crear un clima de confianza para que los ecuatorianos saquen a la luz los USD 12 mil millones que mantienen fuera del sistema financiero y los pongan a trabajar.