Facebook tiene 15 años; Twitter 13; Whatsapp 10; llegaron y arrasaron. Son un antes y después en la comunicación.
La revolución digital ha sido liberadora. Hoy, basta con un teléfono y cualquier persona puede abrir cuentas en redes sociales y tener su propio medio de comunicación. En cambio, es muy difícil y se requiere mucho dinero y permisos de las autoridades para poder competir con un diario, canal de televisión o radio.
Cierto es, antes de las redes sociales, el ciudadano podía pregonar su verdad mediante hojas volantes, y ahora hay periódicos digitales serios, que compiten con los tradicionales sin necesidad de invertir en imprenta.
El problema es la veracidad del contenido. Los medios profesionales de prestigio filtran su información. El New York Times tiene un lema de primera página: “Todas las noticias que merecen imprimirse”; en él se sintetizan la fortaleza y debilidad de los medios profesionales, sean tradicionales o digitales: la fortaleza, que las noticias han sido contrastadas y verificadas; la debilidad, que hay una selección, y algo se queda afuera. En cambio, tanto en hojas volantes, como en redes sociales, sale cualquier cosa, y predomina el libelo y la falsedad. Lo que hace la diferencia es que hoy hay programas de computación que pueden crear millones de páginas de Facebook con personales ficticios e inundar las redes sociales creando todo un mundo de información falsa, “fake news”. Lo cual se hace con fines de producir cambios políticos.
Lo vivimos en octubre, donde el levantamiento indígena y el intento de golpe de Estado vinieron acompañados de una campaña de información falsa, de toda índole, para inducir a creer que el Presidente estaba caído y abandonaba el país, que la policía había masacrado manifestantes y había docenas de muertos, noticias que exacerbaban a las multitudes y las tornaba violentas.
Más allá de reclamos sociales justificados o no, en Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia han tenido lugar manifestaciones de distinta virulencia, con evidencia que han sido manipuladas desde el exterior. “Muevo mi bigote y cae un gobierno”, dijo burlón Nicolás Maduro al negar que estuviera detrás de los sucesos del Ecuador. Pero la evidencia es que buena parte de la desinformación en las redes sociales se origina en servidores ubicados en Venezuela, aunque también en otros países.
Una campaña de Rusia, en que participó Assange desde nuestra embajada en Londres, cambió a favor de Trump el voto en estados claves, inclinando los comicios de EE.UU. en su favor. Una campaña de este tipo le dio el triunfo al Brexit en Gran Bretaña, debilitando a la Unión Europea. A pesar de esto, cada vez más la gente depende de las redes sociales para su información. O quizá sería más apropiado decir, para su desinformación.