Un anuncio en el metro madrileño dice: ‘Buscamos su pareja ideal’. Calle Virgen de los Peligros 6.
¿Quién, con el caletre en su sitio, y no apremiado por la soledad, aceptaría buscar en esta dirección a la pareja anhelada? ¿Cómo no se les ocurrió, a los impulsores de la singular agencia, situarla en una calle de nombre más convincente?
Sin duda, confiaban más en la urgencia de los sentidos que en la eficacia del discernimiento, y con razón. Por felicidad o desgracia, a la hora de decidir, no solemos someternos a la inteligencia; por tanto, el ‘argumento’ surgido de lo de “Virgen de los peligros” (débil, hay que aceptarlo), carece de eficacia práctica: el anuncio sigue en el metro, con la mismísima dirección, desde hace años.
Animales, al fin, los seres humanos, aunque racionales, dependemos más de lo deseable, de las solicitudes de nuestros instintos que de las claridades de nuestra razón. Sabemos, desde Aristóteles, que nada hay en la inteligencia que no haya pasado antes por nuestros sentidos, y la única posibilidad de íntimo acuerdo radica en educarnos de manera tal, que aprendamos a conocer los incentivos y sus recovecos, y sepamos decirnos no.
Me inspiro en la afirmación taxativa de Max Scheler, en su pequeño gran libro “El puesto del hombre en el cosmos”: “El hombre es el único animal que saber decir no”. La iglesia, definitiva y excluyente, llamaba ‘tentación’ a lo que llamamos incentivo o estímulo, y suponía maligno y peligroso cuanto se relacionaba con nuestros sentidos. ¿Era para tanto?; nos enseñaron el miedo, más que enseñarnos el íntimo valor del no.
La inteligencia que nos distingue respecto de los animales ‘inferiores’, nos obliga a negar, cuantas veces sea necesario, el llamado de esas ‘tentaciones’, y a humanizarnos en el ascetismo de la negación. Asceta, ascetismo son palabras excluidas de nuestro vocabulario cotidiano y haríamos bien en volver a ellas, aunque en el contexto las comprenderemos mejor: el asceta, sin negar el valor de los estímulos sensoriales, sabe cuándo y de qué manera negarse a su sugestión. Mientras los animales dicen siempre sí a la urgencia de sus instintos e impulsos, y buscan inmediatamente la manera de satisfacerlos, el hombre es, para Scheler ‘el asceta de la vida’, que puede reprimir sus impulsos y enderezar la fuerza de esta represión, hacia la realización de obras superiores. Se refiere, en concreto -a la manera de Freud, pero con otra luz- a la posibilidad de ‘sublimar la energía de nuestros impulsos, en actividades espirituales’.
En nuestro mundo que, a base de propaganda y publicidad, nos enseña e incita a cada instante a decir sí: sí a las compras, sí a las comidas, sí al salir y entrar, sí a las conversaciones insípidas, sí al dinero, sí a todo placer o capricho; sí a la superficialidad ambiente, y no, a todo esfuerzo, a todo anhelo de algo superior, bien vale exaltar la capacidad de nuestra inteligencia de reflexionar, antes de ir a buscar pareja en nuestras soledades, a la calle Virgen de los Peligros, que ya desde su nombre, nos enseña, sin querer, algo fundamental.
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