No, nadie pudo predecir que venía una pandemia y menos aún que iba a tener un efecto económico tan destructivo. Pero en un país tan propenso a las crisis, muchos predijimos que el Ecuador tenía que estar preparado para sacudones económicos. Y nadie nos oyó.
Nuestro país sufre con notable frecuencia shocks que afectan su economía. En realidad, si algo se puede predecir en un país impredecible es que tarde o temprano vendrá un shock de donde menos se espera. Y esos shocks podrían ser la guerra con el Perú de 1981, el disparo de la tasa de interés internacional en 1982, la Crisis Latinoamericana de la Deuda de 1983, la caída del precio del petróleo de 1986, el terremoto de 1987, la otra guerra con el Perú, la persecución a la cabeza del programa económico de un gobierno que estaba haciendo las cosas bien y la sequía y los apagones, todos en 1995, el fenómeno del El Niño de 1997, el coletazo de la crisis rusa y el desplome del precio del petróleo en 1998, la plaga de la mancha blanca de los camarones en 1999, los golpes de Estado de 1997, 2000 y 2005, la caída del precio del petróleo en 2009, el terremoto y el desplome del precio del petróleo en 2016, el nuevo desplome del precio del petróleo en 2020. Ah, y la pandemia de 2020.
Para cualquier persona que haya revisado la historia ecuatoriana, es evidente que, siempre vendrá un shock fuerte. Y de alguna manera, que si ese shock se demora en llegar, cuando finalmente llegue, será más duro.
Ante la certeza de que vendrá un shock, aunque no se pueda predecir su naturaleza o su gravedad, la única estrategia de defensa posible es crear algún tipo de amortiguador, peor aún si el país no tiene una moneda propia que sirva de mecanismo de ajuste medianamente automático.
Por eso, muchos economistas abogamos por la creación de fondos de ahorro y sobre todo por la necesidad de ahorrar en las buenas épocas para tener algún colchón que soporte el golpe que tarde o temprano vendrá de donde menos se espera.
En la mitología griega existe el personaje de Casandra, una sacerdotisa que recibió el don de predecir el futuro, pero que también recibió la maldición de que nadie le iba a creer. Ya sabemos lo mal que deba haberse sentido.
Porque si bien ella podía predecir cosas tan específicas como la caída de Troya, predecir que el Ecuador será golpeado por un shock adverso es algo tan obvio que no tiene mucho mérito.
El descrédito es para quienes negaron esta obviedad, la obviedad de requerir ahorros y la barbaridad de gastárselos a manos llenas, todos aquellos que se inventaron que los ahorros eran para pagar a los tenedores de bonos y que no vieron o no quisieron ver que con su irresponsabilidad estaban condenando al país a una recesión nunca antes vista.