Luego de que se han cumplido las horas más críticas -tras el terremoto de 7,8 grados de magnitud que azotó buena parte de la Costa en Ecuador- es momento de enfocar los esfuerzos nacionales en las personas damnificadas.
Toda el agua y los alimentos que se lograron recolectar en los primeros cuatro días, a escala nacional, acaso alcanzarían para garantizar las raciones básicas de las familias afectadas durante cerca de unos 15 días.
Es muy grande la dimensión de la tragedia que enfrentan ahora los sobrevivientes de Manta, Pedernales, Portoviejo, Canoa, Jama, Bahía, entre otras, que quedaron devastadas el sábado 16 de abril. Hasta ayer se contabilizaron 25 362 personas en albergues y 7 015 heridas. Las decenas de camiones que se han enviado con víveres han resultaron hasta ahora insuficientes.
Por eso es crucial que las donaciones no cesen durante los meses que sea necesario y en la medida en que cada familia pueda aportar según su situación económica. No hay que olvidar que ya estábamos en una seria contracción de la economía.
Lo peor que puede pasar es que las imágenes dramáticas que se repiten en los medios de comunicación, los testimonios de los afectados y las estadísticas frías de fallecidos se acepten y se hagan parte de la cotidianidad. Evitarlo no va a depender exclusivamente de los ciudadanos. Es un esfuerzo en el cual el Gobierno también tiene que hacer su parte. Por un lado, con las campañas de difusión y concienciación, pero, -sobre todo- con la transparencia.
Los donantes deben tener un pleno conocimiento de lo que han recibido los organismos de socorro y los ministerios a los que se les ha encargado la tarea de receptar las donaciones. Además, cómo se ha repartido la ayuda, en qué provincias, con qué frecuencia y con qué periodicidad. Las nuevas tecnologías ofrecen facilidades para realizar el registro sin que esto implique retrasos en los envíos.
De la confianza que generen dependerá también la repuesta solidaria de la gente.