¿Atisbamos la desembocadura de esta doble, tremenda crisis que nos dejan la pandemia y la corrupción, enfermedades de cuerpo y de alma? En la patria, ¿confiaremos aún en la dimensión humana que nos es arrebatada, al privarnos de auténtica educación, mostrarnos el consumo como una forma natural de ser y de vivir, y la corrupción como la panacea?
La enfermedad, la ruina económica se nos vienen encima. La pobreza nos escupe en la cara: ¡qué piel la nuestra, sino siente sus salivazos trágicos! Una asamblea de auténticos sinvergüenzas ¿cuatro, cinco excepciones? La mayoría, indiferente al destino de la patria, calcula sus posibilidades de seguir en el poder recibiendo unos emolumentos- palabra tan larga como sus uñas-que nada les exigen y tanto cuestan al pueblo. Indigna y avergüenza tal escenario de torpe egoísmo.
Miserables los alcaldes que mienten o contemporizan; los prefectos que roban y amparan el robo, que justifican lo injustificable. Nos queda la fiscal, Diana Salazar, esa mujer respetada y querida por nuestra gente honesta; ¿qué más podrá ella, sin jueces conscientes de la importancia de lo justo que la ayuden verdaderamente, con una mayoría vendidos o por venderse?
Si una reducida minoría merece lo que obtiene con su trabajo honesto, el capital que amasa ha de responder con tareas dignamente pagadas a miles de pobres cuya existencia no da para más. No olvidemos que la economía es parte central de la moral individual y social: no prescindamos de la dimensión ética de la posesión ni desconozcamos la trilogía de valores éticos, estéticos y religiosos que, respetada y puesta en práctica, contribuye a nuestra humanización.
Hoy vivimos al límite del infortunio: egoístas e incapaces de sentir en nuestra piel este pavor, al borde de la desgracia, la indignidad y la miseria, estamos tanto más cerca de ese fondo, cuanto más pretendemos ignorarlo protegiéndonos bajo el pellejo de elefante del que nos cubrimos para olvidar la realidad.
Ayer, alguien que conoce y siente con dolor la realidad, me decía que en Ecuador el principio de presunción de inocencia mientras no se demuestre la culpabilidad del reo, debería cambiarse para los políticos, así: ‘mientras no me demuestres tu inocencia, te consideraremos culpable’. ¿Por qué, si no, las mafias que nos han gobernado y aspiran aún a gobernarnos?; ¿familias enteras que heredan la política como una bolsa dispuesta a seguir llenándose, o tantos espontáneos desconocidos, ignorantes y falaces?; ¿por qué ya no existen partidos que garanticen que sus miembros no anhelan meterse por los caladeros para llenarse los bolsillos?, ¿por qué tantos políticos inmersos en la corrupción?, ¿por qué, los que creemos que no roban dejan robar a mansalva, y los que pueden, nombran o incluyen en nombramientos para puestos clave a tanta gente sospechosa?, ¿por qué?
El escenario político nos sorprende: el quietismo del poder, su indiferencia; esa espera que nadie sabe para qué, por qué, cuándo, cómo…