Un buen currículo abre puertas y abre cuentas. Cleopatra y Marilyn. Sin currículo abundante en extensión y sobre todo en comprensión; sin experiencia, sin palmadas de prestigio en las espaldas y sin títulos olorosos a universidad de hiedra vieja y pedigrí; sin plataformas ultra nuevas, y sin fotos retocadas y sonrisas de empatía, simpatía y alegría y buen humor no se suele conseguir hoy en día un buen trabajo a no ser en la empresa del papá o la abuelita y hasta esto en nuestros días casi casi no se ve. Hablamos no del pueblo, sino de las clases más o menos emplumadas. Jesús, el carpintero, bien sabía de todo esto, pero nadie como él podía distinguir un lirio de los valles de un blanqueado fariseo, y hasta él, para tener prestigio, convirtió el agua en vino y dejó a un leproso más hermoso y rozagante que la piel y la tersura de una chica campesina de la zona de Betel.
Pero aquí, y sin embargo, hay señoras y señores que anhelan y desean ser inscritos en las listas de elegibles por el voto popular para integrar la Asamblea Nacional. Son amados ciudadanos, cuyos curris espantarían a la dueña de la tienda de la esquina si osaran presentarse para un puesto de ayudante de ventas de pan blanco, cigarrillos de envoltura colorada, gaseosas burbujeantes que recrean la garganta y naranjas, caramelos, pilas, papas fritas y guineos.
Lo que más nos lastima es que sean tipos/tipas con agallas y grilletes, prisioneros por si acaso, ciudadanos impedidos de salirse de la línea equinoccial, ricachones prohibidos de vender sus propiedades. Quieren ser quienes hagan leyes para el resto pobretón de esta nación de naciones. Y se esgrime el argumento de que sí deben ser inscritos porque gozan del derecho a la presunción de inocencia y de que siguen siendo santos, puros, intachables hasta que les caiga una sentencia en firme, ejecutoriada, proclamada a las cuatro esquinas de la patria.
No es así, empero, pues se cumpliría el aforismo latino “Summum ius / summa iniuria”: Suma ley, suma injusticia, en el sentido de que la aplicación de la ley al pie de la letra puede, a veces convertirse en la mayor forma de injusticia. En cuanto la autoridad competente, concluido el proceso de investigación, los retiene, pierden ya su presunción de inocentes y entran a la presunción de indecentes. Esta triste condición es más que suficiente para no inscribirlos en la lista electoral.
Y saliéndonos del punto que tratamos, el aforismo citado puede valer para el caso Abdalá-Rafael-Jamil Mahuad. El uno amnistiado, el segundo y el tercero condenados a ocho años. Poner en un platillo de la balanza a Correa y en el otro, a Jamil es “Suma ley, suma injusticia”. El juez justo debe tener vista clara, cerebro para interpretar lo que los ojos ven, pasiones domeñadas y, en especial, olfato para oler las circunstancias que dan memoria, perspectiva y profundidad. A Jamil se le ha juzgado con exceso y en el aire.