Les presento mi solución a todos los males colectivos que aquejan al Ecuador: entender que quienes trabajan en el Estado son servidores públicos y no autoridades. Parece magia, ¿no? Uno lo piensa y no entiende por qué no se le ocurrió semejante obviedad antes. Con esto comprendido, todo empieza a caminar por el andarivel correcto y el poder regresa a quienes pertenece: a los millones de votantes y contribuyentes, y no a un puñado de empleados estatales.
La administración del remedio es facilísima. Repitan la siguiente frase tres veces, antes o después de cada comida: son servidores públicos, no son autoridades; son servidores públicos, no son autoridades; son servidores públicos, no son autoridades. Como a los tres días ya van a interiorizar la idea y empezarán a tratarlos y a llamarlos como tales. Es importante que no suspendan la posología durante por lo menos tres meses, para asegurarse de que la frase se haya hecho carne, luego de haberla repetido al menos 810 veces si comen tres veces al día o 1 350 veces si andan en la onda ‘light’ y toman 5 comidas ligeras diarias.
Los beneficios de esta cura milagrosa son tantos, que no sé ni por dónde empezar. Lo primero: no solo que es gratis, sino que nos reportará ganancias con todos los recursos que nos ahorraremos en demostraciones de pleitesía, choferes y guardaespaldas. Son servidores públicos y están en donde están –ganando muy bien– para trabajar, no para ejercer de pachás. Lo segundo:dejaremos el hábito pernicioso (mucho peor que fumar) de delegar sin supervisar. A los meses, ustedes ya no van a tener ni ganas de seguir haciéndolo y se responsabilizarán de lo que les pertenece, ejerciendo sus derechos ciudadanos, que ya no estarán anémicos. Y empleado que no cumpla se va a su casa, que aquí no estamos para perder el tiempo ni nos sobra la plata para mantener a nadie. En esos casos se aplica una dosis a la vena de revocatoria de mandato y sanseacabó.
Claro que primero hay que desmontar siglos de avasallamiento mental; la manía monárquica que padecemos es poderosa. Es como una enfermedad crónica de esas de las que ya ni estamos conscientes de tanto sufrirlas. Pero para todo hay solución, menos para la muerte.
La terapia de ‘shock’ es lo que mejor funciona en estos casos. Cada vez que noten un síntoma de sumisión o conformismo ante los desmanes de los servidores públicos, pregúntense cómo reaccionarían sus jefes si ustedes en su lugar de trabajo hicieran este tipo de cosas: entrar a la habitación donde se encuentren y hablar durante tres o cuatro horas seguidas insultándolos a ellos o a sus conocidos; decidir que no les van a devolver la plata de la empresa destinada a inversión porque la pusieron en la caja chica y se la gastaron; o impedirles que decidan si quieren o no que usted trabaje indefinidamente para ellos.
Saben la respuesta, ¿cierto? Entonces, ya saben qué hacer. De nada.
Ivonne Guzmán / iguzman@elcomercio.org