Definitivamente, lo mejor que le podría pasar a un político ecuatoriano sería quedar segundo en las elecciones presidenciales que se celebrarán, casi exactamente, en 13 meses.
La primera vuelta de las próximas elecciones va a ser el 19 de febrero del 2017 y para marzo o abril habrá la segunda vuelta.
Quien pierda esa segunda vuelta será el más afortunado del proceso porque, a diferencia del ganador, no tendrá que administrar la crisis que se viene. Y, sobre todo, no tendrá que tomar todas las medidas que el Gobierno actual está aplazando.Pobre el próximo presidente. Y, más que nada, pobre su ministro de Economía, que deberá implementar ese terrible programa de ajuste que habrá que diseñar para volver a tener una crecimiento sostenible que cree empleo y reduzca la pobreza.
El programa económico que se implemente deberá contar con dos cosas. La primera: el cambio de la estructura legal y administrativa para que deje de ser tan hostil a la inversión privada. Y la segunda: un programa de ajuste que le vuelva al Gobierno financieramente viable.
La primera parte del programa es la más importante pero la menos visible. Es importante porque es el componente clave para que la economía vuelva a crecer. Entre 2007 y 2014 la economía creció gracias al aumento del gasto público (que se pudo financiar por los crecientes ingresos petroleros y por más y más deuda). Ahora que el petróleo produce pocos ingresos y que casi nadie nos presta, el gasto público se redujo y el país entró en recesión.
Y si queremos crecer con un precio del petróleo bajo, la única opción que tenemos es que el sector privado vuelva a invertir. Pero para lograr eso es necesario tratar bien a los inversionistas.
Es decir, no insultarles en las sabatinas, no prohibirles invertir en ciertos sectores (por ejemplo, los banqueros solo pueden invertir en el sector financiero), no crearles todas las trabas burocráticas imaginables, no fijarles precios, pagarles a tiempo, no cambiarles las reglas a cada rato, no hacerles 12 reformas tributarias en 8 años, no ponerles unas normas laborales inflexibles. En resumen, no es cuestión de llenarles de subsidios, sino de no volverles la vida imposible.
Para lograrlo hay que cambiar el espíritu de la administración pública y reformar innumerables leyes. Es complicadísimo, pero esa es la parte fácil del programa.
La segunda parte, la más difícil y más visible, será el programa de ajuste fiscal que deberá equilibrar los ingresos y gastos del Gobierno, porque (si no se han dado cuenta), cuando el Gobierno anda desfinanciado, nada funciona en la economía. Y eso implica reducir fuertemente el gasto público. Y eso es impopular hasta la médula y a cualquier presidente y a cualquier ministro que tengan que implementarlo, les va a doler mucho. Por eso, afortunado aquel que quede segundo.
@VicenteAlbornoz