Parece una tragicomedia. El expresidente Rafael Correa ahora está en la otra orilla, en la del ciudadano común y corriente que enfrenta al poder de turno, paradójicamente encabezado por Lenín Moreno, de quien, al parecer, esperaba mucho más, sobre todo condescendencia y discreción. Acaso impunidad.
Correa ha estado muy activo estos días denunciando que en Ecuador su sucesor ha roto el Estado de Derecho. Que los jueces se sienten atemorizados y que por eso acaban de condenar al vicepresidente Jorge Glas.
Su última parada fue la OEA, donde denunció la alteración del orden constitucional. Mientras estuvo en el poder, Correa atacó a la OEA por su supuesto sesgo y propuso su extinción. No obstante, su titular, Luis Almagro, anunció que realizará un informe técnico sobre la situación institucional en Ecuador, lo cual a su vez ha sido criticado por el Gobierno ecuatoriano como una injerencia en asuntos internos del país.
Es un error del régimen repetir el guión de Correa, quien abundó en descalificaciones y ataques contra la OEA. En una demostración de tolerancia y apertura, Moreno debería invitar a Almagro a que venga al país y constate lo que está ocurriendo.
Por lo demás, es insólito que Correa descalifique a los jueces. Fue él quien impulsó el proceso de reorganización de la Función Judicial, que escogió a los actuales magistrados. Tampoco repara que el fiscal Carlos Baca, su exasesor, impulsó la acusación contra Glas.
Con el Vicepresidente condenado, hoy no faltan quienes piden la cabeza de Correa, a toda costa. Después de todo, estuvo al frente de un gobierno minado por la corrupción.
No obstante, me pregunto si quienes lo señalan quieren justicia o solo buscan venganza. Si bien el exmandatario se caracterizó por perseguir a sus opositores y a la prensa sin tregua, vulnerando sus derechos, la sociedad tiene la oportunidad de demostrar que maduró y que aprendió de esos abusos. Que valora la justicia y el debido proceso, pues la sed de venganza solo abre ciclos interminables depersecución.