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Hasta donde llega mi percepción, entre nosotros se han producido tan solo dos revoluciones: la liberal, liderada por Eloy Alfaro, y la protagonizada por las mujeres a partir de mediados del siglo pasado. Su firmeza y presencia cada vez más notables, comenzando porque duplicaron la fuerza laboral de nuestro país.
La modernidad de la sociedad ecuatoriana se inicia cuando las mujeres decidieron participar en todas las actividades, incluidas aquellas relacionadas con la defensa de nuestro territorio, las militares. En mi larga vida de profesor universitario fui testigo de que el número de estudiantes mujeres no solo que iba incrementándose sino que eran muy grandes sus potencialidades, tanto que en los últimos años de docencia entre los mejores de las promociones se hallaban incluidas las jóvenes estudiantes. Una de ellas, a manera de ejemplo, Paulina Ordóñez, pasó sin problemas los exámenes que le permitieron hacer estudios de posgrado en prestigiosas universidades norteamericanas, llegando muy joven a su posición actual: docente de planta en uno de aquellos centros de excelencia. Es como si las mujeres ecuatorianas se hubieran soltado de las limitaciones que les había impuesto una sociedad tradicional, como era la nuestra hace no más de dos generaciones.
Desde cuando las mujeres ecuatorianas no dependen del marido para todo, una mayor estabilidad familiar es indudable. Quienes hoy se divorcian han preferido esta solución a cultivar odios de vidas enteras.
El 16 del presente mes fui testigo de un hecho admirable, que se suma a lo dicho. Más de 200 mujeres congregadas en uno de los teatrillos de la Casa Museo Guayasamín. Forman parte del Club del Libro Alfredo Pareja Diezcanseco, cuya sede funciona en Quito bajo la dirección de Gloria Alcívar y Magdalena Chauvet. Cuenta con núcleos en las principales ciudades del país, de donde habían venido las más de ellas a esa sesión en la que se le recordaría a Gabriel García Márquez.
¿Ecuatorianas con el hábito de la lectura? ¡Sí! Atrás quedaron los tiempos en que con ellas se podía hablar tan solo de los asuntos domésticos.
Pobrecita nuestra Manuelita Sáenz, odiada por las beatas de Bogotá, pues leía hasta textos prohibidos y era libre pensadora.
Escritoras o lectoras, las mujeres aportan con lo suyo. Son visiones que sorprenden cuando se las lee o se las oye comentar una novela o un ensayo. Hay algo de mayor agudeza en lo que ellas perciben. En ese prisma que es el pensamiento humano, ellas ponen atención o interés en perspectivas no ponderadas por los hombres. Ni qué decir tiene que en sus escritos conjugar el verbo amar no es lo mismo para las mujeres que para los hombres. En esto como en todo, la complementariedad de los géneros es evidente. Por las mujeres la noche quedó atrás en las conductas de la sociedad ecuatoriana.