La práctica empresarial hoy más que nunca necesita evolucionar para liderar los grandes cambios del mundo y los mercados. Esto exige a las empresas dominar competencias de cooperación, innovación permanente, conectar emocionalmente las marcas con el público, mantener un propósito y alcanzarlo a pesar de la incertidumbre, volatilidad, altas expectativas de grupos de interés mejor informados y equipados para generar opinión, buena o mala, incluso a veces equivocada o falsa.
Los sistemas de gestión han evolucionado así como las herramientas gerenciales, pero son excesivas. Por eso, para seleccionar lo mejor, las empresas que buscan el éxito de largo plazo deben saber identificar lo que le garantiza mejor su desempeño ajustado a su industria o sector.
Considero que hay cuatro dimensiones que son parte de ese esquema. Primero, tener una estrategia sólida y la cultura adecuada para crear y capturar el valor esperado. Segundo, gestionar los impactos ambientales para que ese valor no sea creado en desmedro de los ecosistemas, lo que haría ese valor insostenible o frágil. Tercero, saber gestionar los impactos en los diferentes grupos de interés, tanto los positivos como los negativos, de tal manera de estar consciente de la responsabilidad de sus efectos y saber responder cuando es necesario. Y cuarto, no menos importante, tener un sistema de estructuras y normas que le permita manejar este complejo sistema interconectado manteniendo la dirección, protegiendo los principios y asegurando el control de los procesos y decisiones relevantes. Este último se llama gobernanza, manejada por la junta directiva, que representa a todos los accionistas, y los otros tres pilares son gestionados por la administración.
Entonces, mientras la gerencia opera el día a día ejecutando la estrategia, los procesos y logrando los objetivos, la Junta Directiva asegura que se haga bien, dentro del marco fijado, con los recursos adecuados y según el rumbo de largo plazo establecido.
Es importante también que los líderes e influenciadores de cambio, adopten hábitos para salir de la zona de confort y dialogar con inteligencia y apertura empática con diversos actores dentro y fuera de la empresa. Así se promueve niveles de confianza que motivan la ejecución eficaz, acelera el proceso de aprendizaje para ganar resiliencia en épocas de crisis y agilidad en épocas de recuperación y crecimiento.
Esta cultura del diálogo permite que la empresa tome roles para apoyar a la sociedad en que participa, dentro de su zona de influencia y campo de experiencia. De esta manera la empresa se transforma en parte de la solución de los problemas del país, lo que es una expectativa de la sociedad civil, y al mismo tiempo es una forma de ganar credibilidad como agente de cambio económico y social.