Tan peligroso como la risa

Sergio Dahbar El Nacional, Venezuela, GDA

Los prejuicios son como la hierba mala, crecen donde menos uno lo imagina. Sin importar la época. Quizás uno de los más emblemáticos sea el que penaliza la conducta femenina. Parece mentira, pero todavía en el siglo veintiuno se mueve entre opuestos dilemáticos como la pureza y la perdición. De ahí la ridícula censura a sus costumbres.

En Venezuela, el referente sacrosanto fue Manuel Antonio Carreño, con su Manual de urbanidad que data de 1854.

Carmen Díaz Orozco, académica de la ULA, ha estudiado ampliamente a Carreño y refiere los preceptos de su urbanidad: “…las mujeres verdaderamente educadas no opinan, ni levantan la voz, son frágiles, sensibles y deben pasar desapercibidas. Controlan el trato, la mirada y la risa, establecen distancias con sus interlocutores, frenan las lisonjas y el cortejo, no conversan ni permanecen a solas con desconocidos’’.

Lo impresionante es que estas ideas decimonónicas y francamente atrasadas, todavía hoy siguen vigentes en algunas sociedades. A veces de manera soterrada y otras convertidas en moneda corriente de las autoridades para referirse a la conducta de las mujeres en público, como ocurrió recientemente en Estambul, Turquía.

“La mujer debe saber lo que está permitido y lo que no. No reirá en público. No se comportará de forma seductora y protegerá su castidad”, dictaminó el viceprimer ministro turco Bülent Arinç (El País, José Miguel Calatayud).

“¿Dónde están nuestras chicas, que se sonrojaban ligeramente, bajaban la cabeza y miraban hacia otro lado cuando (nosotros) las miramos a la cara, convirtiéndose en un símbolo de castidad?”, insistió Arinç.

La risa siempre ha sido un problema. Arinç siente nostalgia por tiempos perdidos. El filósofo y crítico Mijaíl Bajtin, estudioso de la obra de Rabelais, abre una puerta prodigiosa para entender al Ministro. En el Renacimiento la risa fue considerada un don divino, un privilegio que sólo los seres humanos eran capaces de disfrutar.

Más tarde, barrocos e ilustrados la convirtieron en un asunto bajo, una cosa inferior. En la Edad Media la risa se asoció con el diablo. Y el placer se convirtió en un asunto pecaminoso, al que solo algunos hombres podían acceder.

Óscar Wilde decía que “la risa no es un mal comienzo para la amistad. Y está lejos de ser un mal final”. Y Aristóteles estableció que un niño se hacía humano cuando al mes y medio de nacer reía por primera vez.

El problema sin duda radica en la risa de las mujeres. El goce femenino intimida. Esa maravilla que consiste en enfrentarse a una mujer que se divierte con inteligencia, o sencillamente que estalla en sonrisas porque algo la divierte. O mejor aún, la carcajada que nace del placer abismal entre las sábanas.

Pero hay algo más.
Uno de los grandes paraguas de la risa es el humor.

Si la primera intimida, el segundo produce escalofríos en el poder más conservador.

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