No sé donde escuché que la vida nos da dos oportunidades: la primera, de aprender de los errores de los otros, pues en la segunda, estamos obligados a aprender de los propios. Pero la crisis griega demuestra que ni lo primero ni lo segundo es posible cuando estamos enceguecidos por la ideología. La ceguera –por supuesto– no es patrimonio ni de la izquierda ni de la derecha… El ejemplo griego es clarísimo: por décadas la izquierda populista griega creó un sistema estatal tan disipadamente gastador (la lista de excesos va desde salarios estatales dionisiacos hasta pagos en exceso por obras y servicios), que tuvo que recurrir a préstamos incesantes para que la economía no dejara de rodar.
Para entrar al euro, en el 2001, tuvieron que esconder las cifras y los desmanes fiscales debajo de la alfombra, práctica que continuó durante toda la década hasta el estallido de la crisis en el 2008.
Del otro lado, la obsesión por la austeridad fiscal de los socios europeos no ha sido menos grave. Cuando ocurrió la crisis, se olvidaron de Keynes y obligaron a Grecia a que aplicara el acelerador tan a fondo que la deprimieron económicamente. Al principio, los votantes griegos respondieron bajo el manual del agente económico racional, dándole la victoria a tecnócratas proeuropeístas y profiscalistas, para que volvieran al país a su cauce, pero los fiscalistas europeos abusaron de ello, imponiendo aún más su receta que la respuesta popular fue el abismo, es decir Syriza.
Por supuesto, Syriza no ha decepcionado a la audiencia. Su manejo de la crisis ha sido tan maniqueo y tan poco serio que el referendo de hoy era casi previsible: una polarizada caída al abismo, sea que gane el ‘sí’ o que gane el ‘no’.
Si gana el ‘sí’, los acreedores europeos tendrán la razón avalada por el voto popular griego, pero la economía seguirá lánguida. Si gana el ‘no’, Syriza obtendrá lo suyo, pero a costa del salir del euro y tal vez del bloqueo europeo mismo.
La moraleja es que no tuvo que ser así. Grecia desaprovechó varias oportunidades para forjar un acuerdo de enmendar y mejorar su economía poco a poco, aunque esto significara sacrificios. Nadie quería hacer ni pequeños sacrificios. La Unión Europea (UE) labró también un camino de no retorno en el cual la austeridad dejó de ser un medio y se convirtió en fin en sí mismo y donde el empleo y el bienestar social dejaron de tener relevancia en los cálculos económicos. Finalmente, los economistas como actores políticos, porque les importa mucho más tener razón que buscar soluciones política y socialmente viables para las dos partes. La moraleja -en síntesis- es que la solución posible, realizable, siempre pasa por alguna parte del medio, pero la polarización ideológica hace imposible encontrarse en esa mitad.
Si me preguntan, yo prefiero que gane el ‘no’ y a Grecia fuera del euro. A veces, un país necesita un nuevo comienzo y aprender de sus errores. La UE -por su parte- necesita también aprender y generar un esquema sostenible en el tiempo.