Antonio Valencia, el ejemplar futbolista que demostró, en países europeos, la extraordinaria valía del deportista ecuatoriano, afirmaba en una entrevist que, al volver al país, le llamó poderosamente la atención el cambio conductual de la gente. Afirma que dejó un ambiente de cordialidad, respeto, gentileza y amabilidad, opuesto al que hoy exhiben sus compatriotas: ira, odio, intolerancia y grosería.
Fresco está el tenebroso recuerdo de los aciagos once días de incontrolables ataques a las calles históricas de nuestra ciudad, de las vejaciones a los transeúntes, a los policías y militares, de los incendios y de la destrucción de edificios oficiales. Experiencia dolorosa y aterradora que anhelamos no revivir nunca.
El país, los ciudadanos de toda etnia, clase social o económica deben consensuar con generosidad y patriotismo en la búsqueda del entendimiento que abone para mejorar las condiciones de educación, salud y vida de los que no han recibido históricamente la suficiente atención estatal. Esos acuerdos serán las semillas perdurables de la paz.
El respeto a los demás, la tolerancia al pensamiento distinto y la sujeción a las leyes son pilares que sustentan el equilibrio social y la armonía entre individuos y entre colectividades. Actitudes contrarias perturban las relaciones, lastiman y dividen.
Contemplamos, con sorpresa, el brote de innumerables “winchas”, cuyos conductores, velozmente, localizan vehículos estacionados en sitios “prohibidos” que carecen de señalética o advertencia, los cargan y los llevan a lugares desconocidos. Su ceño malhumorado ha entrado en mutis, no responde, los agentes acompañantes adustos y silenciosos transforman un acto de control vehicular, en uno de temor y angustia que culmina con la entrega de una factura por el valor del improvisado traslado. Si el afán es educar…¿por qué no son afables y comunicativos? No abusen.
La transgresión selectiva a ordenanzas municipales que ponen límite a la altura y al tamaño de las construcciones en Cumbayá, ha posibilitado a determinados constructores, no a todos, levantar gigantescos edificios. La población aumenta notablemente y su desplazamiento a la ciudad, a través del túnel Guayasamín, es extremadamente dificultosa por la congestión del tránsito. Es absurdo que las autoridades no solucionen este inveterado problema que causa irascibilidad y tensión a los conductores inmersos en el tráfago.
Es la hora de reconstruir la patria, su mayor riqueza constituyen sus integrantes, los seres humanos, de todos los estratos y razas, convivamos en una interrelación respetuosa que permita que el Estado y los ciudadanos compartan la riqueza espontáneamente y alcancen la inclusión de todos, para finiquitar los complejos revanchistas y de odio que son inoculados por personajes que aspiran imponerse a través de la violencia y del terrorismo.