No hay día en que los políticos, empresarios, periodistas o gente con algún peso en la opinión pública dejen de preguntarse si el presidente Rafael Correa se postulará o no el 2017.
Los más categóricos advierten que un caudillo jamás deja el poder, por lo que hará uso de todas las herramientas a su alcance para seguir ejerciéndolo. Así, la Asamblea Nacional dará paso a las enmiendas constitucionales, de espaldas a la opinión popular.
Otros creen que no será candidato porque la difícil situación económica obligaría al próximo Gobierno a tomar duras medidas de ajustes con el consabido deterioro de su popularidad. Y un caudillo jamás se arriesgaría a sentir el rechazo de la gente.
El Ecuador actual muestra unos poderes estatales dóciles y sometidos al Ejecutivo, una oposición dividida, así como una sociedad civil desarticulada. Frente a esta realidad, ambos escenarios sobre la postulación de Correa, a más de lógicos, son perfectamente posibles.
Hay gente “bien informada” que sostiene que el Mandatario ya tomó una decisión al respecto y otra, igual de enterada, que señala que es él el primer indeciso del país.
Por lo tanto, y con la aprobación de las enmiendas a la vuelta de la esquina, el ejercicio analítico que corresponde en este momento no es hacer más apuestas, sino evaluar este casi año y medio en el que el Gobierno logró marcar agenda con la idea de la reelección.
El juego le ha sido favorable, pues echó mano de un tema tan delicado como la estabilidad misma del Estado de derecho para poner a todo un país a hablar del correísmo y alimentar su perfil caudillista. Independientemente de que Correa se lance o no en el 2017, su interés es mantenerse como el político medular hasta el último día de la inscripción de candidaturas (octubre del 2016).
Él sabe que si este momento dice que no será candidato, fraccionará a Alianza País y su voz perderá autoridad. Correa dejaría de ser indispensable, cediendo protagonismo a los otros políticos que buscan reemplazarlo.