El populismo surge como reacción frente a estados oligárquicos que no permiten la intervención del pueblo en la toma de decisiones que le afectan. Populismo hay en todas partes. Mientras haya pobreza, injusticia social, marginación y mala educación, habrá un ambiente proclive a la presencia de líderes demagógicos que apelan a la exacerbación emocional para ofrecer todo a cambio de popularidad.
El populismo económico carece de orden, de planes y metas de largo plazo. Por eso, incurre en políticas públicas tóxicas, insostenibles, por la improvisación e incompetencia para satisfacer las demandas que se inflan en las campañas electorales.
A esto se agrega la tendencia a servirse de la política para enriquecerse ilícitamente, pues no pocos arribistas se persuaden de la idea de que “un político pobre es un pobre político”.
En buena parte de los casos el populismo usa el pensamiento de izquierda, sus reivindicaciones y demandas que a veces son satisfechas por gobiernos dadores de favores efímeros, porque no han podido efectivizar programas durables de creciente productividad. Entonces, los objetivos loables de justicia social, de mejor distribución del ingreso son como fuegos artificiales y la gente pobre termina engañada en sus aspiraciones y esperanzas.
Si las políticas populistas se centraran principalmente en educar mejor a la gente, en mejorar sus condiciones de salud y seguridad, con base en decisiones racionales, podría reducirse progresivamente el número de pobres. Esta estrategia ambiciosa solo es posible si hay sostenibilidad económica y progreso social irreversible, porque de lo contrario quienes suben de la miseria a la pobreza y de esta a la etapa media del progreso corren el riesgo de volver a ser pobres o miserables.
Por ejemplo, ahora en el Ecuador estamos frente al riesgo de que una parte del millón y medio de ecuatorianos que ascendieron en esta década a una clase media vulnerable, vuelva a ser pobres. El caso de Venezuela es claro en cuanto a lo contraproducente de una política populista basada en regalar dinero subsidiando todo, lo que dura poco cuando los recursos petroleros fáciles se terminan.
Es distinto el caso de Suiza, cuyo pueblo votó en contra de una medida demagógica que trataba de asegurar un ingreso vitalicio de 2 500 francos, por entender que debilitaba el futuro del país más productivo del mundo. (Increíble pero cierto).
Ahora los populismos en América Latina sufren desilusión económica más que un repudio ideológico a las izquierdas o derechas. Como en Argentina, vendrán gobiernos que tomaran medidas impopulares (menos subsidios y más impuestos), que acumularán la nostalgia para volver a los falsos Mesías, entrando en un círculo vicioso, sin remedio, por la baja calidad de los políticos que siempre buscan el provecho personal, sectario y egoísta. Este es el tamaño de nuestra desesperanza…