Cada día se escriben cientos de artículos sobre la ola de protestas que recorre el mundo, pero nadie sabe bien lo que está pasando y se oyen las hipótesis mas descabelladas. Por suerte, no falta gente sensata que despeja un poco el panorama. Así, para refutar la idea simplona de que no se ha visto nunca nada semejante y que todo es producto de los smartphones, un articulista del New York Times decía que esto le recuerda los movimientos juveniles de los años 60, que estallaban simultáneamente en diversos países, cuando no existían los benditos celulares para coordinarlos.
Aunque cada país tenía sus particularidades, se podría decir que el grueso de los manifestantes de los años 60 eran estudiantes universitarios de clase media para arriba. Si analizamos al movimiento emblemático de esa época, el hippismo, y vemos imágenes del festival de Woodstock, constatamos que fue ante todo una revolución cultural, o, con mayor precisión, contracultural: era la primera generación que se alzaba contra los valores y las formas de la sociedad de consumo que se iba consolidando en los países desarrollados de Occidente.
En cambio ahora, los más activos participantes de las marchas que sacuden estas tierras sudamericanas son jóvenes de sectores populares, los Ni Ni, ni estudia ni trabaja, cuya bronca surge porque no pueden incorporarse a la sociedad de consumo. Que el modelo sea neoliberal o socialdemócrata, de izquierda o de derecha, les tiene sin cuidado; lo que ellos y otros sectores de clase media buscan es que el Estado solucione sus problemas más acuciantes. Se ha dicho que quieren todo gratis; no hay tal, bastaría con que les den educación y empleo. Por ahora, el saqueo es una forma de satisfacer a las bravas las ansías de consumo, acto en que el vándalo luce un perfil muy distinto del hippy culto y pacifista que amaba la naturaleza.
En este punto se hallaría una similitud entre la oposición de mi generación a la guerra de Vietnam y las movilizaciones actuales contra el calentamiento global, lideradas por Greta Thunberg, cuyo leve aire de irrealidad y utopía me recuerda a esas muchachas de San Francisco que olían a marihuana y pachulí y danzaban descalzas en la calle pidiendo Peace and Love. Medio siglo después la revista Time declara a Greta el personaje del año bajo el epígrafe del ‘poder de la juventud’. Un poder romántico y volátil en este caso porque las grandes potencias se acaban de pasar por el forro las restricciones que se intentaba fijar en la cumbre climática de Madrid.
Es tan implacable la lógica del consumo que hasta el movimiento indígena y sus adherentes criollos de izquierda defienden el subsidio a los combustibles, fomentando así el consumo del mayor responsable del calentamiento global y mirando a Greta como una niña algo díscola del Primer Mundo.