Tanto en política como en la vida personal nos pasamos echando los dados al pasado; más aún con este encierro que alienta el vuelo de la imaginación: ¿Qué hubiera pasado si en lugar de casarme me largaba a viajar, o me hacía artista? ¿Qué me esperaba en la dirección que no tomé?, como escribe Kerouac. ¿Y cuánto habría mejorado el Ecuador si en lugar del populista Velasco Ibarra hubiéramos elegido en 1960 a ese demócrata modernizador que fue Galo Plaza, gran impulsor del auge bananero en su gobierno?
Ante todo, nos habríamos ahorrado a aquellos “hombres enloquecidos por el dinero” que denunciara el vicepresidente Arosemena. Pero también nos habríamos evitado su presidencia bañada en whisky y el golpe del 63 que instaló a una junta militar ignorantona y represiva.
Tres décadas después, ¿qué habría pasado si en vez del populismo corrupto de Abdalá Bucaram, quien escapó con un costal de billetes, el país hubiera elegido, no a Nebot que ha demostrado que no da la talla, sino a Rodrigo Paz? Probablemente el Ecuador se habría ahorrado dos golpes de Estado, una Constituyente y la crisis bancaria pues el exalcalde de Quito habría ordenado la economía y habría entregado el país tal como dejó la capital, bien organizada y con muchos proyectos en funcionamiento.
La pregunta del millón es: ¿si el electorado hubiera sabido de antemano lo que iba a pasar con Velasco y Bucaram, aún así hubiera botado por ellos? La penosa respuesta es sí pues los conocía muy bien. De hecho, luego del desastre y la corrupción del cuarto velasquismo, Velasco Ibarra ganó en 1968 por quinta vez y volvieron el desorden, el autoritarismo y los golpes de Estado.
No, no se trata de llorar sobre la leche derramada sino de sacar enseñanzas para la coyuntura actual que provoca todo tipo de especulaciones y presagios. Con sumas y restas elementales, como si el carisma se delegara y el voto fuera mecánico, algunos sostienen que el candidato que ponga Correa, sea el que fuere, pasará a la segunda vuelta. Otra cosa sería si el candidato fuera el mismo Correa e hiciera libremente campaña: a pesar de las numerosas e irrefutables pruebas que condujeron a la sentencia por sobornos y a otros juicios por secuestro, corrupción y cuanto hay, mucha gente volvería a votar por él.
Hundidos en la incertidumbre, todos jugamos a las adivinanzas pues el voto es emocional y voluble. Cuando la crisis aprieta, la gente vota en contra o adivina quién la va a salvar. Adivinan los sociólogos sobre los porcentajes de cada candidato y su pertenencia a determinadas tendencias políticas. Adivinan los encuestadores que le dieron a Paco Moncayo una votación del 30% y quedó tercero. Hasta los obispos adivinan que un tóxico, el dióxido de cloro, cura el coronavirus y lo recomiendan muy sueltos de huesos. Lo único cierto es que estamos fritos.