La próxima función del circo itinerante de la OEA será en Panamá. El Gobierno ha hecho grandes esfuerzos por tener la fiesta en paz, pero no puede hacer milagros.
El número clave será el abrazo entre Barack Obama y Raúl Castro. Antes, quizás el 6 de abril, se anuncie que EE.UU. y Cuba elevan sus relaciones diplomáticas a categoría de embajadas. Fenómeno simbólico más que real. Obama, decidido a “normalizar” relaciones con la dictadura castrista, cree que ese será su legado diplomático. Algo positivo –quizás supone– tras tantos fracasos en Oriente Medio y Ucrania. Pero para lograrlo, vuelve a la tradición de tener buenos vínculos con las tiranías, como con Trujillo, Somoza o Stroessner, aunque sin renunciar al discurso sobre la libertad.
Pero ni siquiera es coherente. Obama, recientemente, denunció que Venezuela amenazaba la seguridad norteamericana, algo cierto, pero simultáneamente intenta reconciliarse con Raúl Castro, el ventrílocuo de Nicolás Maduro. Es como castigar al chico travieso y premiar a la nana que lo induce a comportarse mal.
Lo más grave es que EE.UU. ha latinoamericanizado su política exterior. Improvisa, sin saberse bien qué pretende, y desconcierta a amigos y adversarios. A este paso, el mundo que Obama dejará en enero de 2017, al abandonar la Presidencia, será infinitamente más incierto que el que recibió en 2009.
Se supone que la finalidad de la política exterior en las democracias es defender los ideales e intereses generales de la sociedad a la cual sirve, para que prevalezca el tipo de gobierno y organización económica seleccionado por sus ciudadanos.
Ello implica identificar y mantener a raya a los enemigos, privilegiar a los amigos y juntarlos para la defensa común.
¿Cuáles son esos enemigos naturales? El terrorismo, la corrupción en los gobiernos, las mafias, las potencias que vulneran el orden internacional e intentan enfrentar a los países latinoamericanos con EE.UU. y Europa.
Es obvio que los gobiernos del socialismo del siglo XXI, y Argentina, que les baila el agua, son enemigos del sistema de libertades occidentales.
Si Latinoamérica tuviera capacidad para formular una política exterior en consonancia con sus valores e intereses, en lugar de tener relaciones peligrosas con Irán o la Rusia de Putin, que solo pueden traerle desgracias al Hemisferio, haría –exactamente– lo contrario.
No es así. En 1948 Truman impulsó crear la OEA para defender a las Américas del espasmo soviético. En el 2014, en este organismo, capturado por los petrodólares del chavismo, mandan cómplices de las narcoguerrillas de las FARC, aliados de los islamoterroristas que viajan por el mundo con pasaportes venezolanos impresos en Cuba (hay 173 descubiertos).
Estados Unidos, que era la única fuerza capaz de crear una diplomacia coherente y enrolar en ella a América Latina, perdió esa iniciativa. No le interesa y no sabe qué hacer. Ese es el dato más evidente que trasciende de esta Cumbre. Menudo circo.
Carlos A. Montaner