Ahora que Rafael Correa promete abandonar la política para siempre cabe averiguar si, además de palanquearse doctorados honoris causa, ya habrá escogido a su biógrafo y a su novelista. Títulos y gestiones que, valga la comparación, al anterior caudillo nunca le importaron. Porque si en su capacidad de descalabrar la economía y las instituciones democráticas Correa se parece a José María Velasco Ibarra, en términos de austeridad personal, elegancia, cultura humanística y manejo del lenguaje no le llega a la cintura. Mientras la figura de Correa es más que nada producto de un millonario y atosigante aparato de publicidad, el Gran Ausente siempre estuvo envuelto en un halo de misterio.
Quizá por ello, luego de su última caída del poder ha sido objeto de muchos ensayos y novelas, desde ‘El pueblo soy yo’ (1976) del inolvidable Pedro Jorge Vera, hasta ‘Los nombres ocultos’ (2016) de Diego Araujo, subdirector del diario Hoy, víctima fatal de los ataques del gobernante a la prensa libre; y ‘El perpetuo exiliado’ (2016) de Raúl Vallejo, quien, por el contrario, ha ocupado altos cargos en la administración correísta.
El problema que enfrentan los que se lanzan a novelar a un personaje tan exuberante radica en cómo transmutar en ficción una historia abrumadora. Cuando preparaba mi libro sobre Velasco Ibarra, le pasé a Pedro Jorge la serie de entrevistas en las que el caudillo me contaba su vida con pelos y señales. Su generoso comentario fue: ‘Me jodiste la novela que tengo en prensa. Aquí está todo’. Era el piropo de un novelista consagrado a un ensayista bisoño, pero también apuntaba a su forma de escribir pues él se definía a sí mismo como revolucionario en política y conservador en literatura. En efecto, ‘El pueblo soy yo’ era una narración lineal y entretenida que hilvanaba muchas de las anécdotas que habían circulado sobre el Loco Velasco a lo largo de sus cinco presidencias, pero se quedaba corta ante las novelas experimentales del Boom latinoamericano.
Cuarenta años después Diego Araujo, profesor, columnista y crítico literario, se bautiza como novelista con la investigación que emprende su alter ego, el periodista desempleado Manuel Romero, en busca de los culpables del asesinato de Antonio Leiva, chofer de Velasco Ibarra en su primera presidencia. Luego de una investigación rigurosa del caso en libros, expedientes y periódicos de la época, Araujo se mueve hábilmente entre la realidad y la ficción y logra su objetivo: hacernos creer en la veracidad de una crónica imaginaria, gracias también a que muchos personajes conservan sus nombres reales, empezando por la amante del presidente, María Teresa Ponce Luque, guayaquileña de alcurnia.
Ahora, no bien empiezo a leer ‘El perpetuo exiliado’, me topo con esta frase: “los políticos nunca están alegres si no están en el poder”. Creo que me voy a divertir mucho comparando a Correa con el Velasco de Vallejo. (Continuará).