¿Hacia dónde vamos?
Es la pregunta central del momento para aquellos que pueden y tienen el tiempo de hacerlo. Pero, para los demás, para millones, no pueden hacerla, no porque no quieran, sino porque su dramática cotidianidad les impide. Su principal preocupación es cómo comer mañana, qué hacer para que los hijos vayan a la escuela, cómo no enfermarse... No hay tiempo para pensar, peor cuestionar, menos aún, proponer. La fuerza de la realidad, como nunca, les deja fuera de cualquier tipo de decisión, ya que incluso el instrumento de la protesta, la calle, por algunos meses, estará pasmada, hasta que el efecto del miedo al coronavirus y el trauma del golpe de las medidas económicas y sociales, haya bajado su impacto.
Mas, los que tienen posibilidades de cuestionarse, a pesar de sus esfuerzos que en estas semanas han inundado las redes sociales con cientos de foros, sus ideas no tienen mayor trascendencia, frente a un poder desvencijado, pero inmutable. Así, las iniciativas del agitado mundo de los “cuestionadores”, quedan flotando en sus círculos de intelectuales, académicos, lectores de periódicos, grupos Whatsapp-Facebook, ONGs. La inexistencia de espacios políticos que canalicen las inquietudes de la gente vuelve más impermeable a un poder que no entiende ni quiere entender a la sociedad, y que más bien engrasa las viejas o nuevas maquinarias electorales, dejándolas a punto para la inminente competencia en las urnas, que anudará una nueva fase de la desgastada, pero funcional democracia representativa.
El impacto de la crisis en la sociedad civil es demoledor. Los sectores populares agudizan su exclusión y la clase media sufre un embate tremendo. Buena parte de ella va camino a la pobreza. El desempleo es el mayor flagelo. La pérdida de matrícula universitaria se anuncia como una hecatombe para el capital intelectual, técnico y científico del país. Profesores universitarios o de colegios privados y estudiantes, convertidos en vendedores a domicilio.
Mientras, el poder intenta solo salvar empresas. No entiende que hay que salvar también la educación con becas y crédito blando para que los niños y jóvenes mantengan sus estudios.
Si la sociedad civil afronta uno de sus peores momentos, el Estado también. Su situación de histórico botín de las diversas élites que a su momento lo controlan, lo vuelve altamente vulnerable. Si ayer sufrió un crecimiento anti técnico por razones clientelares, hoy padece de un recorte anti técnico por razones fiscales. Primer resultado, la debilidad de un aparato que debería servir para regular la sociedad y distribuir mejor la riqueza. Segundo, la percepción de estar en una película del viejo Oeste. Tiros por todos los lados, sin autoridad, sin estado, dominio de los malos y criminales.
¿Hacia dónde vamos? Algunos círculos del poder lo saben y lo construyen. Para otros, la pregunta, con angustia, se levanta desde las entrañas.