“No hay antecedentes de la violencia que se vivió en las recientes protestas de octubre”. Tal afirmación ignora la historia. Hay ejemplos de muchos y tremendos desafueros en el marco de una sublevación social. Uno de ellos la matanza del 15 de noviembre de 1922, cuando cientos de hombres y mujeres del pueblo, artesanos, obreros, pequeños comerciantes de Guayaquil, cayeron por las balas del Ejército, bajo la orden del Presidente José Luis Tamayo, representante de la plutocracia guayaquileña. Sí, fueron asesinados cientos de personas en una ciudad de 100 mil habitantes. Evento dramático y brutal.
Mas, el hecho del 15 de noviembre, invita a preguntarse: ¿Por qué el pueblo se levanta? Porque está insatisfecho, reprimido y no tiene canales de solución al deterioro sus condiciones materiales o espirituales de vida: sin empleo, salarios injustos, restricción de libertades. En el caso examinado, desde octubre de 1922 se multiplicaban las huelgas. Hacia noviembre la ciudad estaba controlada por los huelguistas. En tal circunstancia, el gobierno impuso “el orden y la paz” con el fusil.
Guayaquil experimentaba una aguda crisis social resultado de la baja de la producción y exportación del cacao, principal producto de la economía. Cierre del mercado externo luego de largos años de auge que impactó positivamente a varios sectores, de manera particular, a los dueños de las plantaciones y del comercio, las élites, las poderosas familias, “Los Gran Cacao”, rentistas, que invirtieron marginalmente utilidades en la producción industrial moderna y más bien gastaron a manos llenas en París.
Lo relatado, corresponde al ciclo económico y social del modelo primario exportador y extractivista: auge-consumismo-crisis, que se dio bajo el cacao, el banano y el petróleo. Paradigma dependiente de la fragilidad del mercado mundial, que hizo más ricos a los manejadores del negocio (nacionales y extranjeros), que impulsó a un relativo crecimiento de clases medias y desató fiebres consumistas y crecimiento burocrático estatal, con gasto incontrolable financiado también con deuda externa. Luego, llegadas las ventas bajas, otra vez problemas, ajustes (exigidos por los prestamistas), protesta popular: luchas estudiantiles en los 60, alza de pasajes y guerra de los 4 reales en los 70, paros nacionales del FUT en los 80, subidas del gas y destitución de presidentes en los años 90 al 2000, junto a crisis bancaria y dolarización.
El periodo petrolero eclipsa.
Viene, el oro y el cobre. El viejo modelo se refresca, con el rostro minero, con mayor presencia de las multinacionales y con consecuencias para la naturaleza. Dicho esquema para implantarse requiere de condiciones que solo le puede brindar un entorno autoritario.
Por esta ruta el país, repetirá la historia, pero con más violencia. Urge construir el nuevo modelo de cambio civilizatorio y desarrollo sostenible.