En este combate contra el virus, en la primera línea están los médicos, las enfermeras, y todos los servidores de salud. Son héroes. Hay muertos entre ellos, ya que a muchos les tocó ir sin armas a esta guerra. Hasta ahora eran 1600 contagiados, el 43% del total nacional.
Pero hay otros combatientes, agricultores, transportistas, dueños de abarrotes y fruterías, servidores públicos, recolectores de basura, militares y policías. Pero hay más, cuyo trabajo crucial, es poco visto y valorado, son los maestros y maestras.
En estas semanas, mientras todo se ha paralizado, las salas, comedores o los dormitorios de los profesores se han transformado en miles de aulas. El sistema educativo, público y privado, no ha parado. Los maestros han tenido que cambiar radicalmente su vida y su manera de impartir clases. Con energía redoblada han dado un vuelco para hacer uso de las tecnologías informáticas. Su formación para la educación presencial ha dado un cambio radical para la enseñanza en línea. Capacitaciones sobre la marcha han sido diseñadas por sus instituciones; o por su propia cuenta, con auto capacitación, se han acercado, superando el miedo muchos de ellos, al sin número de opciones y facilidades que por fortuna están en las redes. En estos días, el país ha dado un salto informático con sus profesores.
Su trabajo no es de 8 sino de 10, 12 y 14 horas. Usa su computador personal o el de su familia, consume con alegría de su cuenta personal de internet; planifica, toma contacto personal con sus estudiantes a través Skype, zoom, mail, whatsapp. Establece alianzas con las madres y padres de familia, a los que les ha tocado asumir también el rol de docentes en sus hogares. Juntos trabajan para que los niños y jóvenes no dejen de aprender.
Sí, los maestros ecuatorianos saben que no hay que abrumar de tareas y evaluaciones a sus estudiantes, y que esta es una circunstancia excepcional para ejercer su rol de liderazgo educativo. Que a partir de sus propuestas pedagógicas la crisis pueda ser utilizada por padres e hijos para reflexionar y comprender la situación que vive el país y el mundo, y que la manera de enfrentarla es a través de la unidad, de la práctica de la solidaridad, la corresponsabilidad sociedad-estado, la colaboración y la vida armónica con los demás y con la naturaleza. Saben que hay que aprovechar para formar en sensibilidades, higiene, buena alimentación, cuidado del cuerpo a través de la música, el arte y el ejercicio físico.
Y además que su rol frente a las restricciones que viven las familias es de contenedores emocionales y mentales en los probables casos de violencia intrafamiliar.
Así, esta generación, como ninguna otra antes en nuestra historia, habrá aprendido hábitos y valores, garantizando un cambio cultural profundo, un país mejor y distinto. Por todo esto, es hora también de valorar a nuestros docentes.