Otra obra de León. Así, en amarillo y rojo, el gobierno socialcristiano colocaba su letrero en cada una de las obras que hiciera con la plata recogida de los impuestos para recoger a cambio, votos y aplausos. Esa manía de colocar letreros, no solo del Ecuador, sino de la región como parte de la larga tradición populista de nuestros países, ha quedado de herencia irrenunciable en los gobernantes.
Es obligación de los gobiernos hacer obras. Para eso les eligen los ciudadanos. Justamente, para eso. Para que cumplan sus ofertas de campaña. Desde el alcalde del más pequeño poblado hasta el Gobierno central tienen la obligación de hacer obra, de dar servicios, de garantizar a sus ciudadanos hospitales, escuelas, vías y parques y museos y todo lo demás que haga falta.
En asunto de letreros el petróleo ha brindado algunos fantásticos. “El petróleo da salud”, está colocado en alguna comunidad de la ribera del Napo. Menos mal que no está pegado a aquella imagen de “la mano negra de Chevron”. Si da salud, solo falta que la gente se frote con él, como en los años setenta, porque decían que curaba las reumas. O que se lo beban a cucharadas, como jarabe. “Recursos que traen felicidad”, reza otro. Y otro dice que “El petróleo le hace bien a tu comunidad” y que, por supuesto, la revolución financia esta obra, la patria avanza y todo lo demás.
En Quito, el logo de la Municipalidad y la propaganda en grandes vallas estropea el paisaje del parque La Carolina. Anuló el pequeño, bonito y discreto letrero del mercado de La Floresta (menos mal que al menos a ese, lo quitaron ante la protesta ciudadana).
Esta letreritis aguditis que padecen nuestras autoridades parece, como dice la canción de Serrat, el puro afán de probar quién es el que la tiene más grande. Culto a la personalidad y egos de los administradores de lo público que olvidan que no lo hacen con dineros propios sino con dineros públicos, es decir, de todos los ciudadanos que aportamos con impuestos y trabajo.
La impronta publicitaria de cada administración, sea local o nacional, acaba con el paisaje de las ciudades. Lo contaminan. Algunos son un atentado contra la estética. Incluso esconden las obras que anuncian, que, en algunos casos, son bellas obras arquitectónicas, con gran diseño.
El presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, prohibía letreros, placas y hasta fotos en los despachos públicos, queriendo acabar con esa tradición latinoamericana. Ojalá haya podido cumplir ese mandato, por el bien del paisaje. Señores políticos y publicistas del Ecuador: las vallas suelen ser un atentado contra la estética. ¿O se imaginan ustedes, junto a la Torre Eiffel, el Museo del Prado, el Guggenheim, la estatua de la Libertad o el puente de Brooklyn, el letrero de “El gobierno tal y cual, avanza, cumple, te hace feliz”? Sería un atentado. ¿O no?
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