Rafael Correa debió haberse disculpado por haber escrito en Twitter el saludo nazi. Bastaba algo de sensibilidad y otro poco de humildad para decir que se equivocó al haber querido hacer una broma para responder algo que le parecía injusto (que le tachen de fascista) y afirmar que lo lamentaba porque en su ideología no hay nada que lo conecte a tan espantoso saludo.
Si tan solo hubiera ofrecido disculpas, lo que no es pedir mucho, el impacto de aquel gesto hubiera sido muchísimo menor.
Pero como no hubo disculpas, la frase quedó ahí, desnuda y cruda como para que la opinión pública medite y especule sobre las razones por las que el Presidente pudo haber hecho una broma tan inoportuna.
En honor a la verdad, es imposible creer que lo haya escrito por una afinidad ideológica. No faltaba más. Fue evidente que Correa hizo o pretendió hacer un chiste ante algo que bien pudo haber sido una injusta imputación a su gobierno.
Lo que aparentemente pasó es que Correa olvidó dos cosas cuando redactó el tuit: que ese tema nunca va a ser chiste y mucho menos cuando quien lo hace es el Presidente de un país.
Lo increíble aquí es que resulta muy difícil de comprender que Rafael Correa no tenga en su bagaje intelectual ni en su sensibilidad adquirida la información histórica sobre lo que aquel saludo representa en la historia de la humanidad. Ese chiste pudo haberse entendido, como una broma de pésimo gusto, claro está, si salía de alguna persona con una formación estrecha que no tiene mayor idea de lo que los nazis significan, pero no de alguien que tiene un doctorado en una de las mejores universidades del mundo y que ha sido Jefe de Estado casi siete años.
La otra explicación que cabe es que cuando Correa escribió ese lamentable tuit, no tuvo en cuenta la diferencia entre ser un ciudadano común y la de ser un Mandatario que está ahí para representar a sus mandantes. En otras palabras, no fue capaz de identificar la línea que separa lo público de lo privado, lo cual no ocurre por primera vez. Ser Presidente no es fácil, precisamente porque cuando se asume el cargo se enajena de su condición de individuo común para tener responsabilidades públicas únicas.
Si resulta difícil entender las razones por las que no tuvo el “mundo” necesario para percatarse de que un saludo nazi no es chiste y que es mucho peor si quien lo hizo es el Presidente, aún más difícil es entender porqué no ofreció disculpas. Era tan sencillo.
Hasta ahora al menos tres diarios de Israel han recogido el caso y de paso recordaron que Correa alguna vez comparó un ataque terrorista a una organización judía en Buenos Aires con los ataques de la OTAN a Libia. Medios de gran pegada digital en el mundo como Vox y Business Insider también le dieron una cobertura “llamativa” al hecho.
Todo esto se hubiera podido neutralizar con unas humildes e inteligentes disculpas. Pero eso no fue posible.