Cuando hablamos de los paradigmas que están cambiando -y con mayor velocidad aún a causa del covid-19-, no podemos dejar de referirnos a la manera de hacer política. La que hoy tenemos, al menos en el Ecuador, ya no funciona.
Y no funciona porque no gira alrededor del bienestar de la mayoría y de las nuevas sensibilidades sociales sino del cálculo mezquino, más aguzado en tiempos electorales. Los llamados a un gobierno de unidad frente a la crisis sanitaria y económica están muy bien, pero es difícil dejar de ver el escenario y los límites de los actores políticos.
No es posible abstraerse de la realidad de que la Asamblea, en la práctica, no tiene un funcionamiento orgánico sino espasmódico. De su lado, el Ejecutivo está desgastado, pues no supo capitalizar su propio llamado al diálogo nacional y tiene funcionarios que nunca entendieron los sacrificios que implicaba una transición después del correísmo.
Hoy, tal como están las cosas, lo mejor que puede hacer el Gobierno -más allá de copar los espacios informativos- es organizarse, trabajar efectivamente y abandonar las pretensiones políticas. El mal manejo de la crisis en Guayas es un ejemplo de desorden y poca gestión, agudizados por las actuaciones erráticas, también por cálculo político, de autoridades como la Alcaldesa de Guayaquil.
Querer tapar los graves problemas que viven los guayaquileños con un discurso nacionalista frente a los señalamientos internacionales -con pocos o muchos argumentos- no sirve de nada. En esa ciudad hay varios encargados y voceros, pero ni el levantamiento ni la identificación de cadáveres funcionan.
Que el propio Presidente pida públicamente cifras reales arranca una sonrisa un poco amarga. Y uno se queda con la boca abierta cuando, en cadena nacional, nos muestra unos mapas de calor sobre el movimiento de personas contagiadas en Guayaquil y otras ciudades. Si tienen monitoreados a quienes padecen la enfermedad, ¿por qué les resulta imposible seguir la pista a quienes lamentablemente mueren en hospitales o casas?
En estos días también se ha discutido con mucho ardor en las redes sociales sobre la actitud condenable de miembros de la mal llamada revolución ciudadana, dedicados a desinformar y a mentir para boicotear los procesos legales en curso y, mejor todavía, volver al poder. Hay que seguir investigando con seriedad, pero al actuar así, Correa y sus amigos no estarían haciendo otra cosa que seguir las reglas de la política convencional.
Lo peor que pudiera pasar es que, por concentrarse en identificar y responsabilizar al enemigo, el Gobierno no corrija los errores que saltan a la vista. Un mal manejo de la crisis, sobre todo en Guayaquil, puede generar un estallido de grandes proporciones. Eso significaría caer de lleno en el libreto correísta y convertirse en su mejor aliado.