Llegó la tormenta y pilló al sistema de salud del Ecuador cual nave destartalada, con su capitana incompetente, sin brújula, incapaz de entender los signos fatídicos que teñían de luto el horizonte.
Era 2012. El altísimo mando a reformar todo. Construyó edificios para atender enfermos y desvalidos. Supo que epidemiólogos y salubristas eran pensantes y peligrosos. Mandó los bulldozers para aplastar a esos “limitaditos”, sufridores y miopes. Desmontó el sistema de vigilancia de la salud, liquidó los programas de control de enfermedades, las formas de participación de las comunidades. El Instituto Izquieta Pérez fue arrasado, se suspendió la producción de biológicos, vacunas y anti venenos. Los médicos fueron recluidos en sus prisiones blanqueadas, fueron más ocupados en burocracia que en la tareas de atender pacientes, sin tiempo para diagnosticar y prevenir temprano en el terreno. Los trabajadores de la salud, fueron custodiados de ávidos gerentes que hicieron de la salud un botín jugoso y de la mordaza el instrumento de silencio, de control de errores y epidemias.
Vino el nuevo-antiguo Gobierno, se cambiaron las manos, poco los rumbos. En salud siguió la capitana del anterior ‘percurso’, se perfeccionaron los mecanismos de comunicación y propaganda, se profundizaron las taras, los errores no se enmendaron. El Gobierno hizo silencio frente a las evidencias dolorosas que veían. Los pobres estaban más enfermos que antes, el embarazo de adolescentes, la violencia familiar, las enfermedades crónicas, el rebrote de las transmisibles. La inaceptable mortalidad por influenza, la violencia de género, la depresión y el suicidio. Lo invertido y lo gastado había mejorado el acceso de los enfermos a la atención médica, pero no mejoró el perfil de la salud, ni la esperanza, menos la calidad de vida.
La crisis económica golpeó duro. Para obtener combustible del FMI, el Gobierno acordó reducir la burocracia. Salieron funcionarios de salud pública, cayeron valiosos técnicos y operativos que ahora hacen tanta falta. Vino la última capitana que aceptó las condiciones de devastación y la protección de los carteles de negocios. Se avisó que venía el covid-19, ni se mosqueó, no hizo plan de contingencia ni buscó más recursos, no ordenó la tripulación frente a la tormenta feroz. Guayaquil es la tragedia vergonzosa que duele en el alma e indigna. Ecuador es el país con la mayor tasa de muertos e infectados en la región.
La nave debe ser rescatada con gente entrenada y comprometida, con los mejores cuadros que si existen, financiada como manda la ley, hay que liberarla de las garras corruptas. La salud pública debe ser eje conductor del sistema, hay que rehacer las capacidades de promoción, prevención y control de enfermedades epidémicas. Todo eso mientras se hacen todos los esfuerzos para enfrentar la tragedia que recién empieza y está en curso.
* Médico Tropicalista/Epidem