Era inimaginable que el planeta entero se impusiera como único remedio contra un virus agresivo el quedarse en casa. La extensión y la velocidad de la contaminación es consecuencia de la globalización que ahora nos obliga a recuperar las fronteras, desde las más amplias hasta la más estrecha, la casa que es la proyección de nuestro propio cuerpo. Y no es fácil recluirse. Quedarse en casa parece el más halagador de los remedios, hasta que empezamos a ser víctimas del aburrimiento y a sentir la ansiedad por movernos. Admiramos más a los conquistadores, exploradores, aventureros, que a quienes se recluyen en monasterios, bibliotecas o centros de investigación; todavía llevamos dentro al nómada que fuimos primero.
Cada cual tiene su propia manera de sobrellevar el encierro. El filósofo Gabriel Albiac dice que nada ha cambiado en su vida, salvo el mundo que le rodea, porque vive encerrado en su biblioteca, morada de soledad y silencio, aspirando a sentir como Borges: “Yo que me figuraba el paraíso / bajo la especie de una biblioteca”. En el otro extremo está Sartre que pintaba el encierro con el prójimo como la prefiguración del infierno.
El teletrabajo, la lectura, la música, los juegos de mesa, la sana convivencia y para los hiperactivos los chats porque a falta de acción, interacción aunque sea virtual; son maneras de hacer aceptable el encierro. No todos tienen capacidad de convivir mucho tiempo con los demás. “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”, decía el poeta errante, Lord Byron. Con humor misógino, el poeta nadaísta Jotamario Valencia, la transformó en: “cuanto más conozco a las mujeres, más perro me vuelvo”. Son maneras, digamos singulares, de relacionarse con los demás, pero no las más complicadas.
En los barrios populares la vida está en las calles. Para quienes viven en hacinamiento un encierro de quince días parecerá más largo que una eternidad. Los mayores siempre hablando a gritos y reprendiendo, advirtiendo a los niños: no corran, no griten, no peleen. Los niños, acostumbrados a vivir en la calle, deben sentirse enjaulados. Es anormal, no es llevadero. Los adultos, acostumbrados a llegar a casa solo a comer y dormir, deben volverse locos, deben buscar algo de soledad, de evasión.
También debemos pensar en las personas que no pueden quedarse en casa; médicos, enfermeros, bomberos, policías, periodistas, panaderos y todos los héroes que se ocupan de que podamos seguir viviendo, de que conservemos rastros de normalidad.
Sin embargo, no volveremos a la normalidad, el virus está cambiando al mundo, dejará como secuela el recelo al contacto humano, la sospecha de virus y una profunda crisis económica. Por tanto, hay que pensar en el futuro como aquellos que proponen la desglobalización, y tecnologías para establecer más que la identidad la inmunidad, como sugiere Gideon Lichfield. Algunos estamos mejor en casa, pero todos tendremos que volver a salir al mundo.