La protesta pacífica no consigue nada, ni siquiera logra aparecer en las noticias, la protesta violenta, en cambio, obliga a los presidentes a renunciar, pedir perdón o someterse; por eso los activistas de cualquier causa apelan a la violencia; al menos así justifican sus acciones. El derecho a la protesta consagrado en la mayoría de legislaciones, se sobreentiende de la protesta pacífica porque no se puede reclamar derechos, violentando los derechos de los demás.
La violencia genera contradicciones como las de Evo Morales que promueve, a control remoto, la violencia en Bolivia con la esperanza de retornar como pacificador. O el caso de Joaquim Torra, presidente de Cataluña, que alienta los comités a cerrar carreteras y aeropuertos, pero luego manda a la policía a despejar las vías cerradas.
Comprender los hechos de violencia es indispensable para construir la paz. Tres jovencitas que desean participar en un concurso de videos para promover la paz, me visitaron en búsqueda de elementos que les permita entender la protesta indígena de octubre y explorar caminos para impulsar la paz.
Para entender la protesta es preciso analizar el contexto en que vivimos. La democracia liberal está a punto de colapsar, produce frustraciones porque la representatividad ya no funciona, los partidos casi han desaparecido y la corrupción se manifiesta en todas partes. No hemos sido capaces de inventar otro sistema, vivimos tratando de remendar un sistema que hace aguas. Esto explica que haya manifestaciones violentas en muchos lugares y nadie tenga claro lo que piden.
Nuestra Constitución consagra un derecho que debió reglamentarse para hacerlo razonable, pero todos han preferido hacer la vista gorda. El art. 98 nos da “el derecho a la resistencia frente a acciones u omisiones del poder público”. Los indígenas han citado este artículo para rechazar el modelo económico vigente y proponer uno nuevo. El derecho a la resistencia muestra una Constitución que establece deberes y derechos contradictorios.
Respecto a los caminos para promover la paz, sugerí a las jóvenes meditar sobre las propuestas de Edgar Morin en “los saberes necesarios para la educación del futuro”. Entre ellos está la educación para la democracia, que han abandonado los partidos políticos y más bien contribuyen a la degradación de los vínculos entre el individuo y la sociedad reduciendo todo a relaciones autoritarias.
La otra propuesta es la educación para la incertidumbre. Aprender a navegar en un océano de incertidumbres y preparar nuestras mentes para afrontar lo inesperado podría orientarnos en medio de las perplejidades que nos impone la realidad. La virtud más humana y democrática, la más necesaria para preservar la paz es la tolerancia, la aceptación del otro, del diferente. La democracia se nutre de opiniones diversas y antagónicas.