Ileana Almeida
La Ley de Cultura que se prepara desde el oficialismo, es expresión y reflejo de la propia situación de lo que acontece en todos los ámbitos del Estado. En este período, y a pesar de que la Constitución declara al Ecuador como plurinacional e intercultural −afirmación que trató de impulsar la aceptación de varios tipos de orientación axiológica y semántica−los estereotipos asentados en el manejo cultural, más bien coartan a las culturas indígenas.
En la conciencia de los ecuatorianos se ha configurado la representación de una sola cultura ecuatoriana, lo que desfigura el cuadro de la multiculturalidad, y la Ley como está planteada, agudiza la contradicción entre la Constitución y los problemas no resueltos en ese campo. Tratándose de culturas dominadas como son las indígenas, el papel de fortalecimiento de la unidad social, el estímulo de la actividad creadora, el potencial conceptual que deben cumplir, se frenan y retroceden. Una Ley correctamente concebida debería plantear que cada cultura debe ser vista desde el interior de cada una de ellas resaltando como están plasmados en ella los valores humanos supremos como los estéticos, los religiosos, los éticos. Concebida así la cultura y su papel social, una Ley de Cultura podría ser enormemente favorable para que las creaciones indígenas se actualicen y desplieguen sus posibilidades no desarrolladas y no exteriorizadas aún, sin embargo, no es así, la Ley más bien restringe las funciones de las culturas indígenas a sus objetivos de distracción para turistas nacionales y extranjeros.
Cierto que el contenido de una cultura es inseparable de las condiciones sociales, la influencia intensa de la cultura dominante ha terminado por aculturar, en gran medida, las creaciones indígenas. Esto quiere decir que con dificultad se renueva la conciencia individual y social, pero también es cierto que las culturas indígenas mantienen su oposición, no siempre silenciosa, a lo oficial, al poder autoritario. Las protestas masivas en las calles, por ejemplo, dan señales de qué modo se resisten a la presión social y política oficial.
En esta etapa, se hace imprescindible, determinar la herencia cultural de cada pueblo, lo que quedó y lo que se ha renovado. Es necesario fijar la diferenciación interna para comparar las culturas entre sí más allá de sus espacios territoriales, puesto que las culturas amazónicas y selváticas rebasan los límites impuestos por el Estado. Asimismo, hay que tomar en cuenta que la cultura quichua está fraccionada en comunidades alejadas unas de otras, pero sus principios y comportamientos pueden ser asumidos como propios por todos los quichuas cómo herencia compartida históricamente. Sin reconocer las culturas, someterlas a una Ley resulta un freno pernicioso. El autoritarismo y dominio estatal solo consigue convertir a las culturas indígenas en simples atractivos turísticos.