Si para unos es de 25 años y para otros de 30 el lapso que media entre una generación y otra, resulta que quedan muy pocos los que comparten con este articulista los elementos que definen una ‘circunstancia’ (Ortega y Gasset), la compartida.
De ahí que la Guerra Civil Española o la derrota vergonzosa que sufrimos en 1941 y también la Segunda Guerra Mundial, acontecimientos que tuvieron tanto impacto en nosotros, los de mi generación, sean poco menos que entelequias para quienes hoy tienen 30 o unos pocos años más. ¿Qué de extraño resulta que cuando trato esos temas el número de quienes me leen caiga en picada? Si tal indicador es una voz de alarma, lo grave está en que con los años uno se vuelve reiterativo, según opinión de Ángel Felicísimo Rojas, articulista de EL COMERCIO por muchos años, cuando estaba por retirarse a sus cuarteles de invierno.
Hay algo más al respecto. De unos años a esta parte he notado que recuerdos, hechos y personas olvidados pugnan por hacerse presentes, con precisiones asombrosas, en demanda de continuar existiendo en uno de mis artículos. Cuando escribí sobre mi Colegio Mejía a pocos debió llegarles las figuras de quienes fueron mis maestros insuperables: el ‘loco Larenas’, ‘cachita Flor’, el ‘pupo Fierro’, el ‘sastre Larrea’. Qué fastidio dirán los de las nuevas generaciones, a que me refiera tantas y tantas veces a Rocafuerte, el puertito que teníamos a orillas del Napo cuando es plenamente navegable, hoy en manos del Perú.
Sí, es verdad que mantengo el hábito de la lectura y aún no hago malos papeles en la tertulia de lectores que tenemos mensualmente y desde hace años. A casi todos les paso con más de 20 años y con 50 al menor de todos ellos, Juan Esteban Guarderas. Resulta que se me ha dado por referirme a los que fueron mis autores favoritos: Valle Inclán, Américo Castro, Troyat, Rivera, los Arguedas, Mariátegui, Rosalía de Castro, Pérez Galdós, Ganivet, Torrente Ballester, Gramsci. Tal evocación a mis contertulios les deja fríos, como fríos deben quedarse los lectores de mis artículos cuando con frecuencia me refiero a tales personajes.
Desde luego que quedan en pie, a pesar de los años, posiciones que he mantenido a ultranza y cada vez son más actuales: la libertad de expresión en todas sus manifestaciones, el Estado laico como sustento del libre albedrío, la justicia social como resultado del imperio de la Ley, la salud como un derecho básico. Y así.
De un tiempo a esta parte se me ha dado por creer que he sido un hombre afortunado, no por otra razón sino porque mis sueños siempre han sido posibles. ¿Sueños posibles? Vaya un ejemplo: que se me permita continuar como articulista de opinión de EL COMERCIO, ya no semanalmente sino de tarde en tarde, cuando crea que debo pronunciarme sobre temas relevantes y de paso el mensaje de que aún existo.
Rodrigo Fierro Benítez / rfierro@elcomercio.org