Duele Kenya. Luto. Vela encendida. Minuto de silencio. 147 no es solo un número. Son 147 voces, gritos, sangre, terror descontrolado, impotencia, rabia, lágrimas, muchas lágrimas. 147 madres. 147 hijos. 147 familias. Vidas segadas en nombre de Dios. Crucificados de Semana Santa. 147 no puede ser solo un número. Kenya llora. África llora.
Duele Siria. Luto. Vela encendida. Minuto de silencio. 300 secuestrados. ¿Cómo ser indiferente cuando ahí está ella, la niña, la pequeña que se rinde ante una cámara de fotos creyendo que es un arma, levantando sus brazos? La foto se volvió viral y ella está ahí para recordarnos el mundo estúpido, las guerras sin sentido, el dolor. Ella, la pequeña de la foto, es el rostro de la guerra. Los ojos del miedo. La faz de la violencia. Los campos de refugiados. El horror y la tiniebla. Ella esta ahí encarnando el dolor de Siria, el dolor del mundo. Está en la pantalla del ordenador. La foto está siendo compartida por miles de gentes.
El dolor de Kenya. La lágrima del continente negro. El dolor de Siria. El dolor del mundo enfermo. El dolor de México. El dolor de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos. El dolor del dolor. El dolor del horror.
Duelen Kenya. Y Siria. Y Ayozinapa. Duele la muerte de las gentes de la selva. Y duele ese silencio cómplice. Duelen la indiferencia, la desidia. Duele la facilidad que tenemos para ignorar el horror del mundo, mundo violentado sea en nombre de Dios o sea en nombre del progreso o en nombre del poder, del petróleo, del dinero. Nos sentamos en nuestro cómodo sillón de la ignorancia y justificamos así la indiferencia: ojos que no ven, corazón que no siente.
Pero el dolor está ahí. Las voces de los 147 estudiantes de Kenya. Las terribles imágenes de los cuerpos abaleados en la Universidad de Garissa que circulan por Internet y que quedan en la retina. Los escalofriantes testimonios de los sobrevivientes que aún se pueden leer y que están frescos en su memoria. La pesadilla. El dolor está ahí, en los padres de los 43 normalistas mexicanos que aún piden explicaciones pues su pesadilla no termina. El dolor está ahí, en la mirada de terror de la niña siria de la foto. El dolor está ahí, en las familias de los decapitados en vivo y en directo en un mundo despiadado.
Ahora, ¿qué hacemos con el dolor, además de poner “likes” y “compartir” en las redes sociales para mostrar algo más que la triste indiferencia? Parece que hasta ahí, solo hasta ahí, llega nuestra capacidad de reacción en un mundo dormido, dopado. Likes. Compartir. Hasta ahí llegan las acciones de una colectividad que se ha quedado sin palabras -y acaso también sin lágrimas-, para llorar por Kenya, para llorar por Siria, para llorar por México, para llorar por el genocidio.
Luto. Vela encendida. Oración colectiva. Grito silencioso.
Milagros Aguirre / maguirre@elcomercio.org