La enorme cantidad de WhatsApps que recibimos en este tiempo conforma todo un catálogo de conciertos, chistes, memes, anécdotas, oraciones y mensajes, algunos sublimes, pero, la mayoría simplemente pedestres. Todo ello me ha hecho pensar en la sabiduría sana de nuestro pueblo y en la capacidad de reírnos de nosotros mismos en mitad del miedo y del dolor. Semejante ingenio demuestra la grandeza de los que son capaces de reírse a pesar de la tragedia.
Pienso en algunos amigos elegantes y bien etiquetados, formales y hasta estirados, eficaces ejecutivos de empresa propia o ajena, con sus títulos académicos colgando del mentón… y me los imagino ahorita en sus casas, empleados puertas adentro, enfundados en pijamas y babuchas, neurotizados con la limpieza doméstica, rociando de alcohol picaportes y tiradores, cocinando empanadillas y bizcochos, pendientes del noticiero, de la estadística, de la lucha diaria de los informales por vender una ristra de ajos, estudiando y jugando con los hijos, aprendices de un montón de cosas que hacía tiempo que estaban aparcadas. En fin, lo que nuestros ojos han visto en estos días, nunca lo olvidaremos.
Pero, más allá de las anécdotas, ojalá que mantengamos viva no sólo la memoria de las imágenes duras y tristes, sino también los abundantes gestos de solidaridad, muy de agradecer en tiempos de “sálvese quien pueda”. Lo he repetido a lo largo de estos días: vivo conmovido por el trabajo que Cáritas realiza en los mil rincones de la patria, un trabajo imposible sin la solidaridad de todos. Con sus templos cerrados y su gente confinada, la Iglesia del Ecuador no cierra los ojos ni los oídos ante el sufrimiento del pueblo. La Iglesia, es decir, las parroquias, las comunidades, pero, sobre todo, Cáritas ha recogido infinidad de alimentos, medicinas y útiles de aseo, poniéndolo todo en las manos de los más pobres. Y no sólo. A todos ha intentado llegar, de forma telemática o presencial, con una palabra de fe, de esperanza o de aliento. En algunos momentos, le ha tocado poner el dedo en la llaga de los “sintecho”, de los migrantes y refugiados, de los privados de libertad, de cuantos quedan a la deriva, víctimas de nuestra indiferencia.
En estos días, hemos visto gestos tiernos y heroicos de tanta gente común y corriente, capaces de dar y de arriesgar algo, gente que todavía pide disculpas porque lo suyo es sólo “un granito de arena”…
Los pueblos dan razón de su valor cuando llegan estos momentos. Cuidarse es una responsabilidad mayor, porque es la mejor manera de cuidar a los hermanos. Pero alcen la vista y no pierdan el horizonte de la solidaridad más allá de la propia casa. Decía el Principito que las cosas importantes sólo se ven con los ojos del corazón. ¿Habrá algo más importante que la vida del hermano? Recuerden la pregunta dramática de Yahvéh a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?”. Búsquenlo.