La juerga delos locos

El penúltimo día del año es una buena oportunidad para tratar de establecer lo mejor y lo peor del año. No es tan fácil, como puede parecer, cuando se intenta superar las conveniencias, los gustos y disgustos personales, para definir los hechos más trascendentes y significativos para todos.

Muchos coincidiremos, seguramente, en considerar como el acontecimiento más importante y positivo del año la conclusión de la década perdida.

En mayo concluyó la pesadilla del populismo autoritario sin que terminemos como ha terminado Venezuela, con el país en la miseria y gobernado por una gavilla de locos que nunca dejará el poder voluntariamente.

Toda utopía encierra un germen de locura y la revolución ciudadana se inició como una utopía para seducir a las masas. El grupo de iluminados creyó que podía fabricarse un país a su medida donde controlarían todo, desde la información hasta la justicia. Imaginaron que los recursos serían inagotables y les permitiría repartir bonos y construir obras de gigantes para un pueblo de admiradores que se mantendría devoto mediante la propaganda y duraría 300 años. Si se añade a la quimera de los soñadores, la abundancia de dinero, era inevitable que vivieran en un ambiente de alegría y excesos: una juerga de locos.

La quimera se desvaneció cuando agotaron la riqueza nacional y así fue que nos libramos de la desgracia mayor; la prolongación de la revolución ciudadana hubiera podido llevarnos hasta tragedias como la de Cuba, Venezuela o Nicaragua. Por suerte, la juerga de los locos ni se podía prolongar ni se puede repetir una vez agotados los recursos, aunque sigan los mismos políticos, ahora declarados enemigos de la obra que realizaron, en los puestos de gobierno.

El presidente Lenin Moreno ofreció cambiar y está obligado a cumplir su promesa. La victoria que le dará el país en la consulta popular será un mandato adicional. Casi todos apoyan la consulta, sin considerar ni discriminar las preguntas, porque la consulta significa terminar con la juerga de los locos, poner fin a la corrupción, darle capacidad de gobierno al nuevo Presidente y entregarle una victoria superior a la que le hizo Presidente para que haga un gobierno para todos.

Si el Presidente se recluye en Alianza País, se rodea de los mismos soñadores de la quimera correísta, mantiene el modelo estatista y las leyes perversas, defraudaría a quienes le ofrecerán la gloria de ser un estadista en lugar de la continuación del populista.

Hasta ahora nadie puede adivinar lo que piensa y lo que se propone el Presidente. Sabremos quién es, realmente, Lenin Moreno, cuando designe la terna para vicepresidente, cuando descubra su modelo económico y le diga al país cómo y cuándo piensa cambiar las leyes que nos privaron de las libertades y destruyeron nuestras organizaciones. Después de la consulta empieza su gobierno.

lecheverria@elcomercio.org

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