Tolerancia y fanatismo

‘Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre”. Estas palabras fueron escritas por Sebastián Castellio en 1551 en una época en la que se condenaba a la hoguera a todo aquel que se atrevía a contrariar el dogma imperante en materia religiosa. Escuetas y rotundas, estas palabras constituyen la primera formulación de la libertad de expresión, la primera apelación a la tolerancia, conceptos, en verdad extravagantes en esos años opacados por el fanatismo. Castellio era un teólogo que se enfrentó a Juan Calvino, ese recalcitrante puritano, hombre implacable y vengativo (rasgos con los que, a su vez, él concebía a la divinidad), que se apoderó de la ciudad de Ginebra donde impuso un protestantismo minucioso y represivo. Castellio estaba horrorizado, asqueado ante la pira en la que ardió el médico español Miguel Servet y a quien Calvino lo acusó de hereje condenándolo a morir en la hoguera (1553). “Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre”, dijo entonces Castellio imputándole a Calvino de ser un homicida.

Pero vengamos a lo de hoy. En estos mismos días el mundo no acaba de salir del estupor ante el crimen perpetrado contra un grupo de periodistas de la revista francesa Charlie Hebdo, crimen cometido por una banda de fanáticos musulmanes y con el que pretendían vengar los agravios irrogados a Mahoma al publicar ciertas caricaturas irreverentes en las que se representaba al Profeta. Al igual que el cristianismo de otros tiempos, hay sectores del Islam en los que se incuban grupos de fundamentalistas violentos que han demostrado ser capaces de cometer crueldades. El intolerante es, por lo general, un fanático doctrinario que está convencido de que él es el portador de la verdad y que esta es una sola.

La tolerancia supone escuchar al otro, soportar las opiniones y creencias distintas a las nuestras. Es una virtud civilizada y liberal. Nace de ese interés por conocer al que es diferente; es reconocer el derecho que el otro tiene a ser distinto. Es apertura a lo diverso de la naturaleza humana. La tolerancia es la mejor de las virtudes sociales en sociedades multiculturales. La tolerancia no es indiferencia ni permisividad ante los excesos del sectario que actúa bajo la idea de ser el portador de la verdad. Siempre será necesario saber cuándo surge lo intolerable y cuándo el fanatismo es una amenaza. Frente a la injusticia, a la claudicación de los valores humanos, a la merma de la libertad de conciencia y de expresión nunca puede haber tolerancia. A aquellos que matando a los periodistas de Charlie Hebdo creyeron que de esa manera hacían prevalecer su fe y sus creencias hay que recordarles la frase de Castellio: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre”.