Hay lugares donde sopla el espíritu, decía Maurice Barrès, y uno de ellos es Notre Dame, la catedral de París, privilegiado escenario de grandes acontecimientos de la historia de Francia. La Revolución la profanó, Napoleón fue coronado en ella. Victor Hugo la exaltó en un célebre “roman”. A la sombra de sus altas naves, Paul Claudel, el gran poeta de las Odas, fue tocado por lo sobrenatural. Los impresionistas, los fauve, los cubistas y más pintores de la abigarrada cofradía del arte moderno instalaron sus caballetes frente a ella, la pintaron a distintas horas del día, desde la plaza, el puente, los cafés aledaños. Querían atrapar el flamígero temblor de la luz transfigurando la piedra centenaria.
Notre Dame está unida a la historia de París de tal forma que, a lo largo de sus ocho siglos, sus glorias y vicisitudes son parte de la memoria de la ciudad. Notre Dame siempre ha sido la imagen de París, ciudad de la luz, el arte, el refinamiento y la vida bohemia. Incólume permaneció ante el embate de dos guerras mundiales. Hace poco fue abatida por un inexplicable incendio que devoró su tejado.
La arquitectura gótica halló su canon en Notre Dame cuya construcción se inicia en el siglo XII. En arquitectura no existe cambio de estilo sin cambio de cosmovisión. Toda arquitectura refleja un modo de concebir el mundo. Y el gótico expresa el espíritu de la cultura que surgió en Francia cuando se inicia la Baja Edad Media. Están en auge las Cruzadas, nacen las universidades, se consolida la escolástica, se afirma el poder del monarca, retrocede el feudalismo, se afianza la burguesía, nace la “courtoisie”, el homenaje caballeresco a la dama, culto que, a lo divino, alimenta la devoción a la Virgen María, Notre Dame.
La iglesia gótica de los siglos XII y XIII es la materialización en piedra y vidrio de la nueva mística benedictina abierta al pueblo de Dios; es la teología tomista que se expresa en la ascendente verticalidad de las ojivas que se entrelazan como manos orantes; es la visualización del sueño de Dante en la Divina Comedia, de su Paraíso, Purgatorio e Infierno representados en el Pórtico de la Gloria, en los vitrales y esculturas de sus santos y demonios que en forma gárgolas, desde las torres, vigilan la ciudad. Es el nuevo arte musical que, en ese siglo, revoluciona el rito católico, es el canto gregoriano, es el órgano de tubos, ese otro invento que surge a la sombra de la catedral gótica. Es el ámbito para la renovada devoción a la Virgen, Nuestra Señora, Notre Dame y de quien corre la épica saga de sus “miracles”.
Mística, Filosofía, Teología, Escultura, Pintura y Música, el Cielo y la Tierra, lo temporal y lo eterno, todo un universo confluye en una catedral gótica, síntesis magistral de una época, de una cosmovisión, de un momento en la Historia de Occidente.