En la historia de los pueblos hay épocas de grandes ejecutorias, épocas de gloria y heroísmo en las que ocurren acontecimientos dignos de pasar a la memoria de futuras generaciones. Son historias que hablan de la grandeza moral de sus protagonistas, hechos como la heroica defensa de la patria cuando un enemigo externo amenaza con invadirla, o la revuelta del pueblo que se alza en armas contra un tirano que lo oprime. Y hay también largos períodos en los que la vida de la República transcurre anodina, sin relieve y sobresalto; años de relativa paz que a muchos satisface, espectáculo repetido en el que desfilan mandatarios -unos ponderados, otros inmodestos-, que ejercen el mando siguiendo las pautas de un libreto consabido.
Y hay épocas desafortunadas en las que la cordura y la legalidad retroceden. Son años oscuros en los que emerge lo peor de nosotros, en los que regresan el autoritarismo y los ánimos de revancha. Períodos en los que ascienden gobiernos autoritarios que degeneran en dictaduras, asumen todos los poderes y proclaman “su” revolución, esa farsa, esa ficción del siglo XX reiteradamente fracasada.
Es así como la cansina monserga de una “revolución ciudadana” se convirtió en el discurso de una falsa izquierda que, en palabras de José Saramago (un comunista de toda la vida), “no tiene ni puta idea del mundo en que vive”. Entronizado el partido único, la camarilla gobernante tiene el control del mando y del dogma. Los inquisidores –una escoria en ascenso que aplaude y obedece- nunca duermen, vigilan las conciencias.
Tal es el panorama que ofrece la política doméstica y no puede ser más deprimente: mezquindad, chabacanería, frivolidad, incompetencia. La actividad política se ha convertido en codiciada ganga, el palo de cucaña para un grupo de audaces y bribones que buscan medrar de ella. “Profesionales” de la tarima que, cada cierto tiempo, se reciclan. La misma jauría, cada vez más rabiosa, reaparece cada cuatro años en busca del favor del pueblo. ¡Qué ausencia de ideas, valores e ideales! El desprestigio de la política es tan grande que hombres de bien se rehúsan a participar en ella, lo cual es lamentable. ¡Nada de grandeza, nada de dignidad hay en ella! Fracaso y hastío ha sido la marca de estos años.
El país espera con ansia un cambio de estilo en el quehacer político. Esta es la hora de un relevo generacional, es la hora de los jóvenes, gente nueva decidida a rehabilitar nuestra vapuleada democracia sobre la base del pluralismo, la libertad y la justicia social, gente con visión de futuro, integrada a las nuevas corrientes de pensamiento de este siglo, líderes con auténtica autoridad moral, que generen confianza y convenzan por la transparencia de sus acciones y la sensatez de sus propuestas, lejos de todo populismo, curados de toda demagogia.