Era casi como un presagio de Halloween para los EE.UU. y un Thanksgiving adelantado para los cubanos. Con sus personajes tradicionales, las frases recurrentes, sus eventos… el rechazo anual de las NN.UU. al embargo sobre Cuba era todo un rito consolidado.
El periodo festivo propio de esta folclórica tradición normalmente caía a finales de octubre. Se lo ha llevado a cabo 23 veces con religiosa continuidad; hay festivales que necesitan de mucho más tiempo para ganar esa solidez, no se diga esa atención mediática. Solo faltaba que los centros comerciales comenzaran a decorar sus espacios con los motivos de la tradición y que la gente se disfrazase de los personajes típicos.
Su popularidad creció rápidamente. Los países participaban con asiduidad, por decir lo menos; ganas y entusiasmo en muchos casos. En 1992 cuando se inició este rito, 71 países se abstuvieron y 46 se ausentaron, la aprobación se dio con 59 votos a favor y 3 en contra; la festividad del año pasado congregó a 188 votantes a favor, apenas tres ausentes (Micronesia, Palau y las Islas Marshall) y dos en contra (EE.UU. e Israel).
Pero no es la única tradición en peligro; las apasionadas discusiones de los exiliados en el Café Versalles en Miami, los lastimeros suspiros por los presos políticos o los debates de la Esquina Caliente en el Parque Central de La Habana también podrían desaparecer.
Muchos analistas señalan que el discurso de este 20 de enero del Estado de la Unión ha sido uno de los mejores pronunciados por Obama. “En Cuba estamos terminando con una política cuya fecha de expiración pasó hace rato. Cuando lo que se hace no funciona durante cincuenta años, es momento de tratar algo nuevo. Nuestro cambio de política hacia Cuba tiene el potencial de terminar un legado de desconfianza en nuestro hemisferio, quita una excusa débil para restricciones en Cuba, promueve los valores democráticos, y extiende una mano de amistad al pueblo cubano. Y este año el Congreso deberá iniciar el trabajo para terminar el embargo”.
Desde sus tiempos de senador, Obama se había pronunciado claramente en contra del impasse estadounidense-cubano. Cinco años se demoró el Mandatario en dar el golpe de timón (incluso pareció que no se daría el cambio); no importa, su Régimen se llevará el mérito. Después de tanto tiempo, ¿cuántos esfuerzos se habrán hecho para convencer a los funcionarios que estaban cómodamente acostumbrados al conflicto?
¿Quién sabe cuántas tradiciones de modestia, pobreza y austeridad se han desarrollado en Cuba durante este larguísimo periodo de tensión? Ya analizarán los economistas si la estrechez se debía más al embargo o a la revolución, ya se verá si como Castro dijo “la historia me absolverá”; pero eso es luego, ahora es momento de cambio.