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Al inaugurar los trabajos de la Asamblea General de la ONU, hace un mes, el Secretario General pidió a los Estados miembros devolver la esperanza al mundo. “Ha sido un año terrible”, señaló al enumerar los conflictos en Siria, Iraq, Gaza, Ucrania, Sudán del Sur, República Centroafricana, Mali. “Los derechos humanos y el estado de derecho están bajo ataque”, concluyó.
La declaración de Ban Ki-moon tiene una gravedad inusual. La esperanza en un mundo más justo resulta cuestionada porque los derechos humanos y el estado de derecho están siendo atacados.
La historia de la humanidad no es otra cosa que el registro de su lucha por afirmar la dignidad de la persona. Sus triunfos más importantes son las Declaraciones y Tratados que, al reconocer tales derechos, han creado mecanismos para garantizar su vigencia. Nuestra Constitución declara que el deber primordial del Estado es la protección de los derechos humanos. Por lo tanto, el Estado debe ser el primero en someterse a la obligación de respetarlos. Esto no ocurre siempre y, entonces, las instituciones creadas para vigilar la conducta estatal son llamadas a actuar. En nuestro hemisferio, una de esas instituciones es la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), a la cual parecería que el gobierno de Correa hubiera declarado la guerra. Ha procurado disminuir sus facultades, su financiamiento y cambiar su sede. Implacable ha sido la campaña del ministro Patiño para desacreditarla y debilitarla, pero las instancias en las que presentó sus iniciativas no las acogieron.
A pesar de ello, la lucha contra la CIDH continúa, como lo demuestra el último episodio ocurrido en días recientes. Varias personas naturales y jurídicas presentaron denuncias ante la CIDH sobre presuntas violaciones o situaciones de peligro para los derechos humanos en el Ecuador. El Gobierno, en lugar de responder o refutar tales denuncias, advirtió de manera altisonante que no asistiría a la sesión respectiva y tanto Correa como Patiño buscaron descalificar a la CIDH con su habitual retórica, comparándola con una recogedora de basura y aduciendo que sus reuniones son shows baratos.
Si Ban Ki-moon manifiesta que los derechos humanos y el estado de derecho están siendo atacados, es el momento de encender las alarmas rojas y aprestar los mecanismos para defender las conquistas de una civilización fundada en el respeto a la persona humana y a la ley. ¡Lástima que, con su conducta, el Gobierno de nuestro país esté añadiendo razones a la preocupación del Secretario General!
Otra cosa: Alguien del Gobierno ha sugerido cambiar la tradicional fórmula cotidiana de saludo entre los ecuatorianos. La idea no es original: en la época del nazismo se cambió también en Alemania la fórmula del saludo y se la reemplazó por “¡Heil Hitler!”.