En el Ecuador se está hablando de dialogar, pero me da la triste impresión de que en las actuales circunstancias pocos “diálogos” llegarán muy lejos en dirección a desbloquear la toma de decisiones nacionales. El problema principal que veo es la insistencia de la mayoría de actores en la superior y hasta absoluta validez de sus derechos, perspectivas, aspiraciones, reivindicaciones, y/o propuestas.
Así no se construyen consensos. Al menos no los que permiten evitar confrontaciones sangrientas que, como se ha visto en la historia de tantos de nuestros países –Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela– y como aún pudiera suceder de nuevo en cualquier momento en Bolivia, conducen a la extrema mutilación del cuerpo social.
Los consensos constructivos, que permiten que una sociedad evite los horrores de la violencia sociopolítica y más bien tome decisiones de conjunto que traigan creciente bienestar para todos sus miembros, no significan el triunfo rotundo de unos sobre otros –de campesinos sobre citadinos, de liberales sobre socialistas moderados, de empresarios sobre sindicalistas o de sindicalistas sobre empresarios, de indígenas sobre blanco-mestizos o de blanco-mestizos sobre indígenas u otras minorías. Más bien, como lo propone el catedrático de MIT Lawrence Susskind, los consensos constructivos constituyen acuerdos alrededor de opciones “con las cuales todos pueden vivir”, sin grandes ganadores ni, lo más importante, grandes perdedores que queden tan insatisfechos que, llegado algún momento, se sientan justificados en desconocer todo acuerdo, todo consenso previo, todo ordenamiento razonable y, como las hordas que han bajado de El Alto a La Paz en días recientes, tengan como lema “¡Ahora sí, guerra civil!”
Para llegar a acuerdos con los cuales todos pueden vivir, es imprescindible que los actores estén dispuestos a renunciar a por lo menos alguna parte de sus idearios, para acomodar aspectos que les resulten aun mínimamente aceptables de los idearios de los demás. Si nada es renunciable o acomodable, si cada idea y aspiración que un empresario, transportista, indígena, sindicalista lleva a la mesa es irrenunciable, no hay posibilidad de consensos.
Y para que las personas que se sienten, no a ese “diálogo” falso en el que cada quien solo asume posturas belicosas para que sus respectivas galerías le aplaudan, sino a mesas de diálogo real y honesto, quienes entendemos la imprescindible necesidad de llegar a consensos constructivos, los moderados en cada sector social, debemos influir sobre las cabezas más calientes para que sea la moderación la que triunfe sobre el extremismo y el insensato grito de “¡Ahora sí, guerra civil!”