Hans Rosling, distinguido profesor del Instituto Karolinska, afamada Escuela de Medicina en Estocolmo, Suecia, es el pionero de un campo de estudio y análisis que merece nuestra más detenida atención.
Rosling y su equipo han estudiado una multitud de variables sociales críticas, como los niveles de pobreza, los ingresos per cápita, la distribución de los ingresos, las expectativas de vida, las tasas de fertilidad, el acceso a la educación, y muchas más, en todo el mundo. Pero la dimensión que Rosling ha agregado, que hace tan importante su trabajo, es el estudio de qué creen acerca de esas variables los supuestos “entendidos”: profesores universitarios, funcionarios gubernamentales, burócratas internacionales, ejecutivos de empresas, periodistas.
En general, ha descubierto entre todos ellos una alarmante falta de conocimiento de la realidad. Un ejemplo meramente ilustrativo: según las investigaciones de Rosling, el porcentaje de la humanidad que vive en extrema pobreza ha bajado a menos de la mitad en las últimas décadas; sin embargo, solo un 5% de los encuestados en Suecia y un 32% de los encuestados en Estados Unidos conocían esa realidad. Sigue dominando, en el pensamiento de muchísimos “entendidos”, el falso concepto de que es imposible eliminar la pobreza extrema en el mundo.
¿Cómo explicar la persistencia de lo que Rosling llama “esta devastadora ignorancia”, que impone las preconcepciones de las personas sobre los datos reales? Sugiere cuatro factores esenciales: el sesgo de creer que nuestra propia experiencia es representativa (como vivo es como viven los demás); el sesgo educativo (enseñamos a los niños a conocer la realidad como era cuando estudiamos nosotros, sus padres o sus profesores, y no nos actualizamos); el sesgo de las noticias (nos reportan muchos más eventos terribles como asesinatos y hambrunas que realidades menos dramáticas); y nuestra tendencia a creer que nuestras intuiciones son más válidas que la obtención de buena información.
¿Tiene sentido seguir viviendo con el convencimiento, por ejemplo, de un Nicolás Maduro o de una Cristina Fernández de Kirchner, de que los problemas en sus países se deben a conspiraciones internacionales para desestabilizar sus gobiernos? ¿Tiene sentido seguir viviendo con el convencimiento de miles, millones de padres y madres de familia, en la nuestra y en muchas otras sociedades, de que con sermones y castigos van a frenar la voluntad de sus hijos de probar y luego consumir drogas, o de dar rienda suelta a su sexualidad? ¿Tiene sentido seguir pensando que la solución a los problemas de nuestras sociedades radica en elegir al caudillo adecuado?
¿O tiene más bien sentido eliminar la “devastadora ignorancia” con base en la voluntad de cuestionar, y de celebrar a quienes cuestionan, critican e incomodan?
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