Es el título de las Memorias secretas escritas en 1615 y publicado cuatro años después, por el extremeño Pedro de León, “para uso interno de los hermanos jesuitas (…) Algunos muy entendidos temen que no les van a gustar a todos tantas verdades”.
Habían transcurrido más de cien años desde que comenzó a llegar desde América, de manera ininterrumpida cuanta riqueza pueda imaginarse. Sin embargo la extrema pobreza estaba generalizada en España, notable incluso en Sevilla, puerto que a partir del encuentro mutuo entre desconocidos de dos continentes: españoles e indígenas, durante setenta años podía ser considerada la capital del mundo.
Una primera lectura de este libro, rico en información geográfica, histórica, religiosa y antropológica, hace intuir que en América de entonces imperaba una insolente y desconsiderada explotación pero, no había tanta pobreza y hambre como en España. Seguramente debido a que ésta gastaba más en guerras religiosas (gran endeudamiento con prestamistas), en la construcción de iglesias, conventos y en su extraordinario enriquecimiento ornamental de plata, oro y piedras preciosas. Contrariamente a lo que hicieron otros países colonizadores, no llegó a fundar un banco como sucedió en Inglaterra y Portugal. Para los católicos los préstamos estaban cerca de la usura. Entre protestantes, eran una ayuda solidaria.
En 1598 un teniente de Asistencia de Sevilla decía: “es vergonzoso ver la ciudad cuán perdida está con inmundicia y montones de basura que hay por todas las plazas y calles que propiamente están hechas muladares”. A la época, unas ciento treinta mil personas vivían en palacios (pocos), par de casas (los más pobres en la planta baja y los menos en la alta) y corrales (la mayoría). Esta tipología aún perdura hasta en América.
El padre León desarrolló sus prédicas y misiones en toda la jurisdicción eclesiástica de Sevilla. Su llegada a muchos pueblos con casi nula comunicación, constituía todo un acontecimiento. Equivalía a la llegada de la TV. Como ahora, una terapia social engañosa de resignación.
La pobreza y el hambre dieron lugar a la prostitución, a la violencia y al robo en las ciudades. Escribe el jesuita:
“(…) traían a muchas niñas perdidas que estaban en poder de las prostitutas que las criaban para dedicarlas al oficio cuando fuesen grandes, llegaron a ser tantas que ya no cabían con las mayores en la Casa” . Costumbre aceptada incluso en la Europa pre-romana; ¿también en la América aborigen?
En la Serrezuela a dos o tres leguas de Sevilla (…) se junta gran cantidad de gente de mala vida: forajidos, criminales, ladrones y jugadores (ludópatas)… pasan de mil. ¿Constante social no eliminada aún?