Historia objetiva

Al escribir historia, la objetividad no es pretendida “neutralidad”, “asepsia” o ausencia de interpretación. Es un esfuerzo por explicar el pasado con sólidos fundamentos empíricos y reflexivos. Y esto implica una postura activa de parte del historiador. “Solía decirse, insiste Carr, que los hechos hablan por sí solos. Es falso, por supuesto. Los hechos solo hablan cuando el historiador apela a ellos: es él quien decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo”.

El historiador no es un observador desde fuera frente a la historia que marcha como un desfile delante suyo. “El historiador es parte de la historia. Su posición en el desfile determina su punto de vista sobre el pasado”, añade Carr. Pero este protagonismo del historiador sobre su propia producción implica que las historias que produce, si pretenden ser “objetivas”, debe esforzarse por comprender el pasado y realizar un ejercicio de la crítica, es decir, deben juzgar los hechos, los actores, los procesos. Pero ese juzgamiento no corresponde a una acción judicial, “la historia juzga, pero no es un tribunal”.

“Durante mucho tiempo, dice Bloch, el historiador pasó por ser un juez de los infiernos, encargado de distribuir elogios y censuras a los héroes muertos”. Pero el historiador no juzga ni condena. Trata de explicar el pasado, asistido de una experticia en hallar e interpretar los indicios que de él se hallan. Sabe que su saber no es absoluto, sino condicionado por las limitaciones de sus fuentes y por su propio presente.

Pero no se escribe historia para “vivir” o “revivir” el pasado, sino para vivir el presente. No es cierto que el pasado que se estudia no tiene nada que ver con el presente que se vive. Josep Fontana afirma: “Toda visión global de la historia constituye una genealogía del presente. Selecciona y ordena los hechos del pasado de forma que conduzcan en su secuencia hasta dar cuenta de la configuración del presente, casi siempre con el fin, consciente o no, de justificarla”. La historia va siempre unida a una explicación del sistema de relaciones sociales prevalecientes, y a una visión del futuro; a un “proyecto social”.

La comprensión del pasado no surge de la mera curiosidad, sino de las propias contradicciones de la realidad. Ese esfuerzo intelectual puede hacerse, bien como instrumento para justificar el orden imperante, o como arma para develar su naturaleza. “Desde sus comienzos, dice Fontana, en sus manifestaciones más primarias y elementales, la historia ha tenido siempre una función social -generalmente la de legitimar el orden establecido-, aunque haya tendido a enmascararla, presentándose con la apariencia de una narración objetiva de acontecimientos concretos.” Nuestra mirada al pasado es siempre comprometida con nuestra posición sobre el presente y el futuro.

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