La semana que pasó, una serie de eventos aparentemente desconectados entre sí perfilaron una imagen clara de por qué el Ecuador está en la crisis en la que está. Y el panorama es completamente desolador. No sólo hay una crisis económica y ética, está roto el sentido mismo de país y la capacidad de relacionarnos como ecuatorianos. Todos de alguna manera están ayudando a resquebrajarlo: un poco cada día. Diversos grupos sociales, humanos, están tirando la cuerda para lados tan distintos, que la sociedad pronto se va a arrancar a pedazos. Todos parecen jugar un juego mezquino para ganar pequeñas batallas, cuando se está perdiendo la guerra.
Podría hablar de muchos temas institucionales o sociales, pero empecemos por lo básico: la economía. Dejando de lado lo que todos sabemos, que hubo un gobierno que dilapidó el mayor boom de la historia y encima sobre-endeudó al país, la verdad es que desde el 2000 –es decir en 20 años- el Ecuador no ha tenido más de ocho años de crecimiento por encima de 3% del Producto Interno Bruto. Cuatro de esos años pasaron antes del correísmo, pero lo cierto es que el crecimiento nunca fue consecutivo. Y sin altas tasas de crecimiento es imposible generar riqueza y empleo a gran escala y sacar definitivamente a gente de la pobreza. Sólo por comparación, Bolivia ha tenido 15 años de crecimiento sostenido que empezó antes de Evo y continuó con él sin fluctuaciones significativas hasta el 2018 cuando empezó la crisis política de sucesión. Los tigres de la región, Panamá y Perú en este orden han tenido 15 y 11 años de crecimiento económico significativa, por encima de seis por ciento; Costa Rica otros 11 años; Chile, nueve y Uruguay ocho años seguidos. No por casualidad, los años de crisis política o electoral, han sido también los años de bajo crecimiento para el Ecuador. Más allá de las tragedias que causa la política, el mediocre crecimiento ecuatoriano también es síntoma de un país que no entiende el capitalismo, de un sector privado, incluyendo pequeños y medianos empresarios, que ni revoluciona ni evoluciona, aún en circunstancias políticas adversas. Y para eso no hay excusas. Países como Laos, Vietnam y hasta Camboya –con revoluciones comunistas relativamente recientes- han crecido sostenidamente a más del 8% anual en promedio en los últimos 20 años, sin excusas. Su sector exportador ha crecido el doble de esa cifra en los mismos años (sólo Vietnam tiene tratados de libre comercio). Pero la verdad es que estamos en todo menos en misa, en batallas campales sin sentido, por ejemplo lapidando o peleando por estatuas cuando ese tiempo pudo estar mejor invertido en como mejorar la economía indígena. Pasamos otra semana pensando lo malvado o no malvado del acuerdo con el FMI, en lugar de pensar cómo sacar provecho a ese acuerdo y cómo empezar a crecer. Si habría tejido social, que a su vez construyera instituciones, no importaría tanto gobiernos de turno que intentan hacer o deshacer todo, pero el tejido, la confianza, está rota. Y mientras éstas no se reparen, el futuro del país está en grave riesgo.