No siempre tengo la suerte de que mi columna salga precisamente el 8 de marzo, Día de la Mujer. El año pasado escribí sobre la buena noticia de la renovación del feminismo nacional y sobre todo de la lucha de décadas de mujeres como Virginia Gómez de la Torre, Rocío Rosero, Dolores Padilla, Berenice Cordero. Pero siempre olvidamos a otras pioneras que jamás se pondrían el título de feministas, ni aceptarían siquiera reconocimiento alguno. Como decía la gran teórica de las Relaciones Internacionales, Susan Strange, “las mujeres deben dejar de quejarse y volver a trabajar.” Strange quería que la juzguen por ser el mejor ser humano en su área, sin adjetivos ni títulos de género. Mi primer encuentro con esta visión fue Guadalupe Mantilla de Acquaviva. Ella que enfrentó vientos, crisis y tempestades por ser mujer, a quien nunca su padre contempló para sucederlo al mando del este gran Diario nacional, sentenció cuando me invitó a escribir esta columna de opinión (la única mujer en ese entonces) que “no me había escogido por ser mujer, sino porque escribía bien”. Sobra decir que fue el mejor cumplido; crecí aspirando a lo mismo.
Hay que reconocerle a esa generación la ausencia de aspavientos. No son torquemadas respecto a qué es ser feminista o cuál es el camino correcto del feminismo, algo que las nuevas generaciones tienen en la punta de la lengua. Sé que para los nuevos feminismos esto debe ser toda una herejía. Sobra decir que las dificultades son reales, son interseccionales, pues atraviesan no sólo el género, sino en un país como el Ecuador, profundas inequidades sociales, étnicas, culturales, económicas, pero la salida no es señalar las herejías de los otros.
Tal vez habla en mí la resaca de ver a una mujer de esa generación de luchadoras perder las primarias en Estados Unidos. Sobra decir que era la persona más preparada, la más inteligente, articulada, sagaz y además profundamente versada sobre políticas públicas y gobierno para ser presidente de los Estados Unidos. EE.UU. y el mundo quedaron con las tres opciones mediocres, dos adultos mayores escasamente articulados pero llenos de frases hechas –Sanders y Biden- y el increíblemente ignorante, corrupto y autoritario Trump.
Pero este día no debe tratarse ni de las que llegaron o medio llegaron, ni de las paridades de género en la política o fuera de ella. La central prioridad de cualquier lucha por las mujeres deberían enfocarse en lo fundamental: tener mínimo control sobre nuestra vida y nuestro destino; estar libres de violencia. Mientras mujeres humildes y vulnerables sigan siendo estigmatizadas por tomar decisiones difíciles de cuándo y cuántos hijos tener, mientras mujeres en general sigan sufriendo hostigamiento doméstico permanente, violencia física y sicológica, el Ecuador, América Latina, el mundo, no estará yendo a ninguna parte. No habrá verdadera libertad para la mitad de la población no es dueña de su destino. Mientras esto siga así, hay muy poco que celebrar.